Del Mensaje del Sínodo
de los
Obispos sobre la Eucarístia (22-10-2005)
15. Conocemos
la tristeza de los que no pueden recibir la comunión sacramental
por causa de una situación familiar no conforme con el mandamiento
del Señor (cf. Mt 19, 3-9)
Algunas personas divorciadas y vueltas a casar
aceptan con dolor no poder comulgar sacramentalmente y lo ofrecen a Dios.
Otras no entienden esta restricción y viven una gran frustración
interior. Aunque no estemos de acuerdo con su elección (cf.
Catecismo de la Iglesia Católica 2384*),
reafirmamos que no son excluidos de la vida de la Iglesia. Les pedimos
que participen en la Misa dominical y escuchen frecuentemente la Palabra
de Dios para que alimente su vida de fe, de caridad y de conversión.
Deseamos decirles que estamos cercanos a ellos con la oración y
la solicitud pastoral. Juntos pedimos al Señor obedecer fielmente
a su voluntad.
(*) El divorcio
es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado
libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio
atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio
sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión,
aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura:
el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación
de adulterio público y permanente:
Si el marido, tras haberse
separado de su mujer, se une a otra mujer, es adúltero, porque
hace cometer un adulterio a esta mujer; y la mujer que habita con él
es adúltera, porque ha atraído a sí al marido de
otra (San Basilio, moral, regla 73).
|