Palabras
del Sr. Nuncio Apostólico
Mons. André Dupuy
en la instalación de la Tercera Sesión
del Concilio Plenario de Venezuela
(Caracas, 27 de
Julio de 2002)
Esta sesión del Concilio
Plenario de Venezuela se desarrolla en un momento en el que por todas
partes nos llegan voces preocupantes: las noticias son a menudo «noticias
alarmantes»; los resultados, «malos resultados»; las previsiones, «previsiones
inquietantes». Podríamos decir que, en este país - como en el resto del
mundo - el nuevo siglo no ha empezado tan bien como desearíamos. Hace
varios años, un escritor nos anunciaba la llegada de la hora 25, ese punto
del que no se puede regresar. Digámoslo claramente: nuestra esperanza
- tanto humana como cristiana - ha sido puesta a prueba. Además, cuando
todo va demasiado bien, Dios parece inútil; cuando todo va demasiado mal,
Dios parece imposible.
Estos eran los pensamientos no muy optimistas que invadían mi espíritu,
hasta que esta mañana me sentí sacudido por el evangelio que nos propone
la liturgia de hoy: la parábola del trigo y de la cizaña. A nuestro desánimo,
al pesimismo que a veces creemos justificado, la parábola opone un optimismo
reconfortante que nos acude. A los hombres y mujeres impacientes como
somos, apresurados en juzgar y en condenar, en hacer distinciones entre
los buenos y los malos, la palabra de Dios nos invita a la paciencia y
a la esperanza.
1. - La paciencia. La vida moderna no está acostumbrada
a la paciencia. Queremos que todo pase rápido. Quisiéramos, incluso, aplicar
a nuestras relaciones con los demás la velocidad de los aviones supersónicos.
Ahora bien, en las relaciones humanas, no hay atajo posible, pues necesitan
su justo tiempo. A menudo emitimos juicios demasiado apresurados y, sin
ninguna consideración, cortamos por lo sano. Inventamos nuestra propia
ley. Sin embargo, Jesús nos dice que la selección definitiva está reservada
para el final. Al separar, quitar y arrancar la cizaña, nos arriesgamos
a causar daños irreversibles.
La parábola del trigo y de la cizaña
nos invita a que hagamos del tiempo nuestro amigo. A ustedes, al empezar
la tercera sesión del concilio plenario de Venezuela, les invito a que
den tiempo al tiempo. Esperemos que el trigo madure. Recordemos que saber
esperar, en la Biblia, es una virtud. Los pobres de Yahvé son el pueblo
de la espera, una espera que nos permite conocer a los otros y a nosotros
mismos.
La espera es un acto de fe, de confianza:
Santa Mónica ha tenido que esperar y rezar durante largos años por la
conversión de su hijo Agustín. Dios nunca deja de escuchar nuestras oraciones
y satisfacer nuestras esperanzas. Sin embargo con frecuencia no sabemos
ni cuándo ni cómo nos escucha Dios.
El tiempo de la paciencia es el tiempo
del perdón, de la misericordia y de la conversión. No nos apresuremos:
sepamos respetar este tiempo. El juicio no está en nuestras manos, sino
en las manos de Dios.
2.- La parábola del trigo y de la cizaña es también una
parábola de esperanza: la esperanza sin reservas de Dios que nunca desconfió
de nosotros. En Dios nada permanece estático. Todo está en movimiento.
Nunca es demasiado tarde para hacer el bien.
Dado que Dios no desespera de nosotros,
tampoco nosotros desesperemos de los demás. Ni siquiera con el pecador
más empedernido, Dios no pierde la esperanza de que vuelva a El. El padre
del hijo pródigo, cuando éste le reclama sus bienes para gastarlos con
gente de mala vida, no condena a su hijo; más bien deja las puertas abiertas
y espera su regreso. En cambio, si hubiera procedido a una selección definitiva,
si hubiera excluido para siempre a su hijo, jamás habría podido disfrutar
la alegría del regreso.
A nosotros no nos corresponde hacer
ninguna selección. Así como la cizaña y el trigo se asemejan y se confunden,
el pueblo que Dios ha constituido está escondido en medio de la muchedumbre
de los falsos creyentes, y nosotros no conocemos la verdad de los corazones.
Por otra parte, no existe el fatalismo.
Cuando uno intenta disminuir el mal - cuando uno se esfuerza, con tanta
paciencia como obstinación - en luchar contra la mentira, contra la violencia,
contra la corrupción, contra la impunidad, no hay tiempo para pensar que
todo está perdido. Solamente cuando brilla el sol son posibles las sombras.
No existe un negro fatalismo. Es
verdad que los acontecimientos exteriores llenan las pantallas de nuestra
TV y las páginas de los diarios, pero, para la Iglesia, la verdadera historia
es la historia santa de Cristo que resucitó al tercer día. Madre Teresa
de Calcuta decía: «Que nada, nunca, nos haga sufrir y llorar al punto
que olvidemos la alegría de Cristo resucitado». El que cree en Cristo
resucitado está siempre abierto al optimismo y a la esperanza.
En este momento, en el que nos disponemos
a continuar el concilio plenario, aunque vivamos en un mundo que privilegia
la velocidad y la inmediatez, recordemos que la hora de la siembra no
es la hora de la cosecha.n lección de la fiesta que estamos
celebrando. En esta noche santa no hay lugar para la tristeza, el desaliento
o la desesperanza. Nuestra invitación a la alegría es como
un mandamiento. Estamos obligados a la alegría de la Navidad.
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