Homilía
del Señor Nuncio Apostólico
Mons. André Dupuy
con ocasión del 50 Aniversario de la UCAB
(Caracas, 24 octubre de 2003)
Uds. conocerán
la verdad y la verdad los hará libres (Jn 8, 32)
San
Ignacio de Loyola, a quien un día le preguntaba - ¿qué predican Uds.?
- respondió: no, nosotros no predicamos, nos contentamos con hablar familiarmente
de las cosas de Dios.
Aunque
no tengo el honor de formar parte de la Compañía de Jesús, en esta ocasión
me voy a esforzar en hablarles familiarmente de las cosas de Dios.
De
hecho hay una cosa de Dios, una sola, en la que me gustaría detenerme
con Uds. : la verdad como camino indispensable hacia la libertad. Hablarles
familiarmente significa, para mí, hablarles sencillamente, en relación
con el tejido político y social que nos envuelve (perdón, queridos Padres
Jesuitas, si interpreto mal a San Ignacio). ¿Cómo podemos, en nuestra
vida de cada día, vivir en la verdad y llegar a la verdadera libertad?
Ustedes conocerán la verdad y
la verdad los hará libres.
¡Cuántos
hombres y mujeres han hecho propias estas palabras de Jesús, y por ellas
han llegado incluso al sacrificio de su vida! Todos hemos oído hablar
del famoso sacerdote polaco - el Padre Maximiliano Kolbe - de su posición
frente a la dictadura nazi y de su sacrificio. El lema del P. Kolbe era
: Para permanecer como hombres libres, debemos vivir en la verdad.
Años
después, otro sacerdote polaco, el P. Jerzy Popielusko, ante la dictadura
comunista, hizo suyo el mismo lema del P. Kolbe, y terminó salvajemente
asesinado por la policía de un Estado totalitario.
La historia personal de uno y otro nos enseña que quien ama la verdad
se expone a altos riesgos, tanto para sí mismo como para la verdad que
es atropellada. Amar la verdad, vivir de ella, supone paciencia y valentía.
En efecto, la verdad es paciente y no violenta; «no se impone sino por
la fuerza de la misma verdad que penetra suave y fuertemente las almas»,
dice el Concilio Vaticano II .
La verdad sólo se impone por su propia
fuerza: ¡qué magnífico programa para los responsables políticos de nuestros
días! ¡Tantas cosas serían diferentes si la verdad fuese respetada! Juan
Pablo II ha dicho que una de las grandes mentiras que envenenan las relaciones
entre individuos y grupos consiste en lo siguiente: para estigmatizar
las fallas del adversario, no se duda en denigrar todos los aspectos de
su actuar, incluso los justos y buenos.
Ustedes conocerán la verdad y
la verdad los hará libres.
En esta circunstancia tan especial, en la cual se reúnen alumnos, ex alumnos
y amigos de esta prestigiosa universidad católica, quisiera dirigirles
una urgente llamada: Emprendan nuevos caminos, caminos de verdad.
- La verdad sigue sus propios caminos, los cuales nos obligan
a ver las cosas tal como son, sin prejuicios injustificados. En este sentido,
los documentos emanados de la Conferencia Episcopal venezolana constituyen
un buen ejemplo, tanto de objetividad como de coraje evangélico. Basándose,
no en testimonios indirectos, sino, a partir de su experiencia pastoral
directa con el pueblo de Dios, los obispos, regularmente, nos alertan
acerca de los verdaderos desafíos que debemos enfrentar en nuestros días.
Uno de los más importantes es, ciertamente,
el desafío de los pobres; de una pobreza que golpea a un número siempre
creciente de personas y las margina de la sociedad. En el último número
de la Revista SIC, el P. Ugalde ha mostrado muy bien el aporte de esta
universidad en favor de la causa de los pobres, específicamente, a través
de «Fe y Alegría», nacida el mismo año que la UCAB, y de la Fundación
«Parque Social Manuel Aguirre». Les invito a leer y meditar la entrevista
que se le hizo, la cual constituye una buena lección de historia y un
elocuente testimonio personal.
- La verdad sigue sus propios
caminos: ella no permite que se absolutice o sacralice la ley en
perjuicio de las verdaderas urgencias de nuestros hermanos y hermanas.
El Señor no pudo reconciliarse nunca con los fariseos, porque ellos habían
convertido la ley en dios. Eran idólatras. De ninguna manera habrían aceptado
desobedecer las normas legales, aunque así lo exigía la verdad. Ahora
bien, esta obediencia ciega y soberbia es incompatible con la caridad.
Toda ley debe siempre subordinarse a las exigencias de la persona humana.
Cuando
un pueblo clama por justicia y libertad, nadie debe hacerse el sordo ni
permanecer indiferente. No olvidemos la pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde
está tu hermano Abel? No lo sé, contestó Caín, y significativamente agregó:
¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» Y el Señor respondió: La sangre
de tu hermano me pide a gritos que yo haga justicia» (Gn 4, 9-10.
De la misma manera, el sufrimiento de tantos hermanas y hermanos nuestros
- víctimas de una pobreza intolerable - interpela nuestra conciencia para
que triunfe la justicia. La verdad nos lo exige.
- La verdad sigue sus propios
caminos: ella no permite que se deforme la historia, la historia
de una nación y, con mayor razón, la historia de Jesús. Hace pocos meses
murió en Francia un gran autor espiritual de nuestro tiempo, el padre
René Voillaume, discípulo de Charles de Foucauld. El Padre Voillaume decía
que Jesús no había sido un revolucionario. Si Jesús hubiera querido ponerse
a la cabeza de una revolución o de una insurrección, probablemente Judas
no lo habría traicionado y la muchedumbre no hubiera preferido a Barrabás.
No convirtamos a Jesús en lo que no fue. Existe la tentación, frecuente
en nuestros días, de escoger, entre las páginas del Evangelio, aquellas
que mejor corresponden a nuestras preocupaciones o a las exigencias de
nuestra acción, dejando de lado las que nos molestan. Ahora bien, el Evangelio
está por encima de las interpretaciones personales y, por supuesto, de
toda manipulación. Sus palabras no nos fueron confiadas para ilustrar
o justificar nuestras decisiones personales, sino para cambiar nuestro
corazón.
- La verdad sigue sus propios
caminos. Ella nos ayuda a iluminar y a promover las condiciones para
una vida más humana, más fraterna. Ella nos conforta en nuestro compromiso
a favor de los derechos humanos. Ella nos anima a hacer de la tolerancia
una norma indispensable para la convivencia. Quiero proponer a su reflexión
lo que considero una luminosa definición de la tolerancia humana, obra
de un escritor de mi país: «Que sus ideas sean claras! Estén a su servicio
con todas sus fuerzas! Pongan en ello toda su valentía! Pero, así como
dejamos un margen en cada página de lo que escribimos, para agregar notas
y correcciones..., dejemos en torno a nuestras ideas un margen para la
fraternidad» .
Seamos creativos en inventar gestos inéditos de comunión. Recordemos aquel
famoso partido de fútbol, improvisado en una autopista, entre grupos opuestos.
¡Es lástima que lo hayamos engavetado! Los jóvenes de hoy, a menudo, no
prestan mucha atención a las palabras que se les dice. ¡Tantas veces han
quedado desilusionados! Nuestra generación es tan incrédula como la de
los tiempos del Evangelio, la cual pedía signos a Jesús. El signo que
pide la sociedad venezolana hoy día, es el testimonio de una vida fraterna,
digna del hombre.
Lo sabemos todos: la manera de cambiar
una sociedad para que se consoliden la paz, la justicia y la democracia,
es promoviendo la verdad y favoreciendo la convivencia. El que pretenda
construir una auténtica democracia debe meditar profundamente en estas
palabras de Juan Pablo II que propongo a su juventud, a su entusiasmo
y a su esperanza: «La democracia es un deber exigente que requiere moralidad,
honestidad, sensibilidad humana, sabiduría, paciencia, respeto hacia los
demás, disponibilidad a la renuncia cada vez que el bien común lo exige,
voluntad firme de exponer, y no de imponer, los propios puntos de vista
y las propias ideas». Lo repito: son palabras de Juan Pablo II.
- Sí, tengamos la valentía de emprender
nuevos caminos. A esto nos llama la fe. Ella nos ayuda a no aceptar nunca
los datos de una situación como una fatalidad irreformable, aunque ella
se nos presente con una fuerza avasallante. Nuestra palabra de creyentes
debe ser siempre una palabra de esperanza, incluso y sobre todo, en las
dificultades actuales. El Señor nos enseña que nunca debemos desesperar
de los otros. Para Dios, - y así debería ser para nosotros - nadie está
fatalmente perdido. Tanto en nuestras relaciones personales como en nuestras
responsabilidades sociales, necesitamos tener la singular paciencia y
la infinita delicadeza del Dios de la parábola del trigo y la cizaña.
(Mt 13, 24-30). El que no acepta que la cizaña crece junto con el trigo
bueno hasta la cosecha, miente a los hombres sobre Dios y se engaña a
sí mismo acerca de Dios.
Dios, Padre nuestro, siembra en nosotros
convicciones, en lugar de nuestras dudas y confusiones. Enséñanos el sentido
del riesgo y de la opción, del compromiso y la resolución.
Tú
que jamás quisiste juzgar ni aplastar, Tú que rehusaste hacer caer fuego
del cielo sobre la ciudad que no quería recibirte, enséñanos el respeto
a los demás, a todos los demás. Te lo pedimos en nombre de tu Hijo Jesucristo:
su respeto por los otros llegó tan lejos que El, el juez y el inocente,
terminó siendo el acusado. Por El y con El, deseamos permanecer en la
verdad y vivir siempre de acuerdo con ella. Así nos sentiremos, seremos
libres.
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