homilías del Nuncio

Homilía del Sr. Nuncio Apostólico
Mons. André Dupuy
      en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe
y en los diez años de la bendición del templo parroquial
Santa María Madre de Dios


(Caracas, 12 de diciembre de 2003)

En este día de fiesta, de acción de gracias, me gustaría hacerles una pregunta : ¿Cuándo pensamos nosotros en Dios, o en la Virgen? Creo que, la mayoría de las veces, pensamos en Dios cuando lo necesitamos; cuando tenemos problemas personales: de salud, de trabajo, de familia, cuando estamos preocupados por la situación política del país. Entonces, en tales circunstancias, acudimos a Dios y a la Virgen e imploramos su ayuda. Los sociólogos han notado que, en tiempo de desgracias hay mucha más gente en las iglesias que en tiempos normales.

Con esto no pretendo decir que tal modo de actuar sea contrario a la fe o al evangelio. Después de todo, Dios es un Dios que nos salva. Nuestro auxilio nos viene del Señor, dice el Salmista, y, por lo mismo, es normal que acudamos a El cuando lo necesitemos.

Pero sería una lástima si nosotros pensáramos en Dios o en la Virgen únicamente cuando nos sentimos en peligro. Sería una lástima reducir a Dios a una especie de salvavidas. ¿Acaso a menudo nuestra oración no se reduce a una oración de petición, mientras muy pocas veces es una oración de agradecimiento

Ahora bien, hay una cosa que impresiona en el Evangelio que hemos escuchado: Isabel y María, mientras como mujeres y creyentes deben confrontar tantos problemas, interrogantes e incertidumbres, se vuelven a Dios, no para hacerle preguntas, sino más bien para elevarle un himno de alegría y de alabanza.

Lo más conmovedor es la felicidad, la alegría profunda que inunda el corazón de estas dos mujeres. Isabel lleva en su seno a Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento; un profeta que resume siglos de espera, de impaciencia, de fidelidad y, también, no lo olvidemos, de desesperanza. Isabel está llena de alegría, no sólo por su maternidad, sino también por la visita de su prima María, la llena de gracia, la bendita entre todas las mujeres! María es bendita, porque lleva en su seno al Hijo de Dios, al Señor, al Salvador. María es la mujer de la alianza definitiva, de los tiempos nuevos.

Los cánticos y expresiones de alegría de Isabel y María tienen su raíz, el uno y el otro, en un profundo acto de fe. Un acto de fe que no ha sido fácil para ellas, como no lo es, hoy día, para nosotros, porque la fe exige siempre la renuncia a sí mismo y la apertura a Dios. La fe consiste en ponerse en camino, como lo recuerdan las primeras palabras del Evangelio de esta mañana: «En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea». La fe nos sacude siempre y nos pone en movimiento. La fe es siempre una salida, un éxodo.

Ahora bien: este éxodo - exigente y difícil - lo ha vivido la Virgen con tres actitudes que me parecen hoy día dignas de reflexión para nosotros:

       1. La primera fue la suma discreción: cuando leemos los textos del Evangelio sobre el nacimiento de Jesús (y dentro de pocos días, vamos a celebrar este nacimiento), uno se queda impresionado por la extrema discreción de esta mujer. Hay una gran desproporción entre la importancia de lo que está sucediendo y la manera sencilla y discreta con la cual María vive este misterio. Esa misma discreción la encontramos en todos los momentos de la vida de la Virgen.

Me parece necesario que nosotros reflexionemos sobre esta cualidad. Hoy en día, hay demasiada gente a la que le gusta aparecer en la televisión o en los periódicos. No creo que las cosas vayan adelante simplemente por bellas palabras o elocuentes discursos. Aquellos que trabajan discretamente en los barrios de Caracas, en medio de los más pobres y marginados, son quienes hacen posible que el Reino de Dios avance más rápido en este país. Son ellos (y no tanto quienes hablan o prometen demasiado) los verdaderos artesanos de una nueva sociedad venezolana, en la que exista más justicia social y una mejor convivencia entre los ciudadanos. Amar la discreción no significa refugiarse en la pasividad. Amar la discreción - especialmente como la de la Virgen – significa actuar valientemente sin buscar los aplausos ni preocuparse de lo que piensa la mayoría de la gente.

       2. La segunda actitud fue la de una gran disponibilidad o pobreza de corazón. La disponibilidad de corazón es necesaria para acoger la palabra de Dios, el don que Dios nos hace. Es necesaria, para que la palabra de Dios pueda encarnarse en nuestra vida.

Aún más: la pobreza de corazón es necesaria para quien desea ser feliz. Una de las llaves de la felicidad es la de tomar conciencia de los propios límites, de aceptarse como uno es. La felicidad consiste también en hacer del tiempo un amigo, dejarle actuar para que maduren las cosas. En su vida de fe, María ha sabido esperar. No lo ha entendido ni inmediatamente ni todo. Día tras día ha tenido que crecer en la fe, conociendo las alegrías, pero también las pruebas que toda madre experimenta con su hijo.

Creo que en estos días, en la circunstancias que estamos viviendo, debemos pedir a Dios el don de la esperanza y el don de la paciencia. No olvidemos que el arte de esperar es una cualidad bíblica. Los pobres de Yahvé son aquellos que esperan; ellos saben que Dios no deja nunca sin acoger las lágrimas y las oraciones de los padres. Pero muchas veces no sabemos ni cuándo ni cómo las acoge.

       3. La tercera actitud fue la de su valentía, de su compromiso hacia los demás. Dios quiere la salvación de todos, es El quien la realiza. Pero no puede hacer nada sin nosotros.

Cuando Dios hace feliz a alguien, lo envía hacia los otros. Miremos lo que hace María en el evangelio que hemos leído. Deja su casa para ir a la casa de Isabel. La felicidad reside en el hecho de salir de sí mismo, incluso en los momentos en los cuales uno tendría tantas razones para ocuparse de la propia persona.

La felicidad de Maria no fue una felicidad fácil. De la misma manera, la felicidad de aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, no es una felicidad cómoda. La fe nunca nos pone al abrigo de la prueba, porque Dios no ha alejado a los suyos de este mundo. La fe no nos asegura contra la infelicidad. La fe, según la carta a los Hebreos, es la seguridad de las cosas que uno espera.

Nosotros estamos llamados a vivir la fe, la esperanza, la alegría de la Virgen. El Señor no quiere una Iglesia triste y aburrida. Nuestra sociedad no necesita de gente fastidiada, de gente llorona, de gente que vive en la nostalgia del pasado. El mundo necesita testigos felices y mensajeros de esperanza.

En los momentos actuales, para vivir la felicidad y la esperanza, se necesita mucha paciencia y mucha valentía. Al igual que Uds. me he sentido profundamente ofendido por los acontecimientos del sábado pasado en la Plaza Francia de Altamira. A decirles verdad, jamás hubiera pensado que tales hechos pudieran suceder en un país tan católico. Nunca hubiera imaginado que un venezolano pudiese profanar y mutilar a una imagen de la Virgen. Eso ha pasado y debemos tener la valentía de ver la realidad tal cual es. Una realidad dolorosa y grave, una realidad cargada también de amenazas. Frente al silencio de aquellos que habían organizado la manifestación, un editorialista escribió que el gobierno perdió una gran ocasión de dar un ejemplo.

Es preocupante que, después de oír tantos llamados al diálogo y a la reconciliación, se produzcan actos semejantes a los del sábado. A aquellos que han ofendido, al mismo tiempo, nuestra fe y la base de su tradición popular, se podría tal vez aplicarles la insólita palabra de Jesús a los que lo condenaban a muerte: perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen.

Este tiempo de Navidad nos impulsa a reflexionar sobre la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Que el Señor, por la intercesión de Santa María Madre de Dios, nos enseñe a actuar con discreción, paciencia y valentía. La paz comienza cuando nosotros nos disponemos a escuchar y a dialogar, y no cuando seguimos acusando y dividiendo el mundo en bandos irreconciliables. Pidámosle el sentido de la justicia, de la verdad y de la libertad, sin las cuales es imposible edificar esa sociedad nueva que todos esperamos y en la que todos debemos sentirnos comprometidos.

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