Homilía
del Sr. Nuncio Apostólico
Mons. André Dupuy
en la Parroquia María Madre de la Iglesia - Mosensol
(Caracas, 5 de Diciembre de 2003)
No todo el que
me diga Señor.. entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla
la voluntad de mi padre.
Voy
a misa todos los domingos. Digo mis oraciones por la mañana y por la noche;
doy limosna a quien me lo pide. Ni mato, ni robo, ni hablo mal de los
demás. Conclusión: yo soy un buen cristiano.
Ciertamente, esta es, un poco esquematizada, la absolución que fácil y
generosamente nos concedemos a nosotros mismos cuando nos ponemos a pensar
en la calidad de nuestras relaciones con la Iglesia y con Dios. No digo
que esta absolución sea completamente falsa. Sin embargo, leyendo el evangelio
de este día, debemos reconocer que no es totalmente exacta y verdadera.
La palabra de Dios que hemos escuchado nos cuestiona sobre nuestro modo
de concebir la religión y de vivir la fe. Nos recuerda que ser cristiano
no es solamente cumplir un catá-logo de prescripciones bien definidas.
Ser cristiano es una elección profunda que nos compromete totalmente.
¿Cómo estamos construyendo el edificio de nuestra casa, de nuestra persona?
¿cómo edificamos nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Iglesia y
nuestra sociedad?
En el Evangelio de Mateo, Jesús se mueve entre las rigurosidades de un
cierto fariseísmo; por lo tanto, la novedad de su mensaje se manifiesta
tanto con más fuerza cuanto precisamente se trata de algo nuevo.
Evidentemente,
las palabras de Jesús no son una condena de nuestras devociones religiosas,
de las medallas, de las velas, del agua bendita, de las peregrinaciones.
No olvidemos que Jesús mismo iba al templo y participaba en las fiestas
religiosas y actos piadosos de su pueblo. Pero El nos pone en guardia
contra aquellos que absolutizan la ley y la convierten en dios.
No todo el que me diga Señor.. entrará
en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre
A nosotros, que nos sentimos tentados a protestar porque todo nos va mal,
el Señor nos invita a tomar una actitud más coherente con la fe: dejen
de protestar y lamentarse; dejen de soñar con un mundo irrealizable; escuchen
la palabra de Dios, la pongan en práctica cada día y la alegría será posible.
Cómo, entonces, nuestra vida se trasforma, si escuchamos y vivimos la
palabra de Dios!
Porque esta palabra es la que nos hace cristianos. Ella sola es la que
puede salvar nuestras vidas. Sólo la palabra de Dios puede librarnos y
devolvernos la alegría de vivir de una manera nueva. Sólo ella puede librarnos
de los miedos que nos bloquean y que nos vuelven agresivos y violentos,
y de las ilusiones que nos dejan insatisfechos y deprimidos. Este es el
Evangelio que nos salva, no nuestras fantasías y teorías humanas.
Mateo nos pone en guardia contra una espi-ritualidad desencarnada, no
comprometida, dulzona. Nos pone en guardia contra las ilusiones piadosas
y sus peligros, en particular contra el verbalismo de aquellos que tienen
siempre en su boca esta invocación; "¡Señor, Señor !" pero que
no hacen nada para cambiar el mundo.
La
lección de la palabra de Dios de este día es clara y nos interpela en
este Adviento, para que reorientemos valientemente nuestra conducta.
Si en la construcción de nuestra vida nos fiamos solo de nuestras propias
fuerzas, o de ciertas instituciones, o doctrinas, nos exponemos a una
debacle total. Es como si un matri-monio se apoyara sólo en un amor romántico,
o si una vocación sacerdotal o religiosa no se fundamentara en los valores
de la fe. Eso sería construir sobre arena. La casa puede que de momento
parezca hermosa y bien construida, pero en realidad es de puro cartón,
que al menor viento vuela por los aires.
Debemos, siempre y en todo momento, apoyarnos en la Palabra de Dios escuchada
y aceptada como criterio de vida.
No busquemos únicamente seguridades humanas, ni nos dejemos encandilar
por falsos y fugaces mesianismos. No seamos de aquellos que, en los momentos
difíciles, se refugian en los horóscopos y en las sectas, siguiendo a
supuestos Mesías que se cruzan en nuestro camino.
Dios es el único fundamento que no falla y que da solidez a lo que intentamos
construir. Seremos buenos arquitectos si en el diseño de nuestras vidas
nos volvemos continuamente a Dios y a su palabra, preguntándonos cuál
es su proyecto de vida sobre nosotros. Seremos auténticos cristianos,
si no sólo decimos oraciones y cantos bonitos, sino que hacemos una oración
que nos compromete y estimula a lo largo de la jornada; si no nos contentamos
con escuchar la Palabra, sino que nos esforzamos porque sea el criterio
que determina nuestro comportamiento. Entonces sí que serán sólidos los
cimientos y las murallas y las puertas de la ciudad o de la casa que edificamos.
Tenemos un modelo admirable, sobre todo estos días de Adviento, en María,
la Madre de Jesús. Ella fue una mujer de fe, totalmente disponible ante
Dios, que edificó su vida sobre la roca de la Palabra. Y precisamente
a causa de su obediencia a la Palabra, ella permaneció de pie, más allá
de todas las dificultades de la vida. Nunca ha perdido el coraje y la
valentía.
Para
nosotros ella es un modelo, no solamente a nivel de la fe, sino también
en la calidad de su vida humana. Como ella, nosotros caminamos en la oscuridad,
pero dejémonos iluminar por la Palabra de Dios. Eso es indispensable,
sobre todo hoy día, para quien no quiere ceder a los chantajes de los
fabricantes de tragedias.
Si
nos dejamos hipnotizar por el lado oscuro de la realidad, nos privaremos
del lado luminoso de la vida. Aunque los acontecimientos que vivimos no
nos inviten al optimismo, no caigamos en la angustia y en el desaliento.
Porque la angustia puede convertirse en cobardía, y la cobardía en fuga
y en abandono.
¡Que
Dios y la Santísima Virgen nos libren de los amargos extremismos de la
desconfianza, de la duda, de la sospecha! Ciertamente tenemos que ser
realistas, o mejor, mantener la mente lúcida. Más allá del mal que nos
rodea, mas allá de las mentiras que, con singular cinismo, nos inflingen
aquellos que se creen maestros de nuestra historia, sepamos confiar en
Dios, único maestro de toda historia humana. Acojamos en plena disponibilidad
la palabra de Dios y dejémonos moldear por ella. Así seremos auténticos
constructores de una nueva sociedad.
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