Homilía
del Sr. Nuncio Apostólico
Mons. André Dupuy
en la Eucaristía con motivo del fin
del año académico
Seminario Santa Rosa de Lima
(Caracas, 17 de Julio de 2003)
Aprendan de mí que soy manso y
humilde de corazón.
Mi yugo es suave y mi carga ligera..
Les
confieso que esta palabra de Jesús me ha impactado siempre. Supongo que
incluso a Uds. seminaristas, que se preparan a sus vacaciones, muy pocas
veces la carga de la fe les parece dulce y fácil de vivir.
Aquel que nos subraya estas palabras
de Jesús es Mateo. Cuando Mateo habla sobre la mansedumbre y la humildad
de Dios, sabe muy bien de lo que está hablando. Lo sabe porque, según
una vieja tradición, el evangelista Mateo no sería otro que Leví, el recaudador
de impuestos, que no ha dudado en abandonar su oficio para seguir a Jesús
que lo llamaba.
Ahora bien, si Uds. recuerdan el
poder temible y temido de un recaudador de impuestos en Palestina, el
cual, incluso, podía arruinar a la gente y ponerla en prisión, comprenderán
mejor la valentía de Leví, que acepta desprenderse de la seducción de
las riquezas del mundo para hacerse pobre en el seguimiento de Cristo.
Uds. han adivinado a qué aventura
nos invita la palabra de Dios en el evangelio de este día: pasar de la
esclavitud de la ley a la libertad de los hijos de Dios; pasar de una
pobreza sufrida a una pobreza elegida.
Es difícil no sufrir ciertas pobrezas.
No solamente la pobreza material, de la que tantos son víctimas hoy día
en Venezuela, sino también de otras pobrezas tan temibles y de las que
nadie está excluido: por ejemplo, la pobreza del envejecimiento, pues
los años pasan para todos, cuando los cabellos negros poco a poco se van
poniendo grises y después blancos, y cuando los años se precipitan tan
rápidamente como las rocas que caen de la montaña.
Pobreza de la enfermedad, de la hospitalización,
cuando uno, como le sucedió, en estos dos últimos años, a nuestro querido
Cardenal Velasco, debe estar a disposición de los médicos, a veces encerrados
en sus silencios de gente que sabe todo y dice muy poco. Cuántas veces,
mirándolo de cerca, he dado gracias a Dios por la admirable valentía y
profunda fe, frente a tantas pruebas, de nuestro finado cardenal.
Pobrezas secretas, como las angustias
del corazón, cuando experimentamos la soledad y nos parece que todos los
amigos se alejan.
Pobrezas secretas, como son las enfermedades
de nuestra voluntad, las enfermedades de nuestras fragilidades y de nuestros
pecados. Hemos caído tantas veces que ya no tenemos la valentía de levantarnos.
Y por desaliento o pereza, terminamos haciendo las paces con nuestras
mediocridades.
¿Es posible que tantas pobrezas sufridas
puedan convertirse en pobrezas elegidas? No, no creo que sea posible ni
deseable.
La pobreza que debemos elegir, la
que nos pide el Señor para que nos identifiquemos con la suya y que la
carga nos parezca suave, es una especie de sabiduría que consiste en acoger
la felicidad dentro de los límites de la condición humana. Renunciemos
a considerarnos como dioses, descendamos del pedestal sobre el que nos
hemos encumbrado, desprendámonos de este vértigo interior que se llama
la búsqueda de poder, así como de todo proyecto de ambición humana. No
nos dejemos asfixiar o aprisionar por falsas satisfacciones. Aceptemos
el vacío que está en el fondo de nuestro corazón y no busquemos llenarlo
con medios superficiales e inconsistentes. Evidentemente, esto no significa
que deberíamos ser tontos felices. No! Al contrario. Aceptemos el desprendimiento,
la soledad de preguntas sin respuestas.
Aprendan
de mí, que soy manso
y humilde de corazón.
Y encontrarán su descanso.
La
dulzura es una de las maneras de vivir la pobreza. Lástima que la dulzura
no sea una virtud de moda. Basta mirar a nuestro derredor. Hoy en día,
se habla más de violencia, abundan los insultos y las descalificaciones.
La dulzura es una fuerza tranquilla
que modera las pasiones y evita que echemos leña al fuego. Queridos seminaristas:
¿Quieren Uds. ser pobres? No se brutalicen a sí mismos. No tengan miedo
en ser dulces consigo mismos, amándose como el mismo Dios los ama. Solo
así comprenderán mejor con qué amor debemos amar a los hermanos.
Se ha dicho de un gran cineasta,
Jean Renoir, que tenía el arte de proyectar la parte dulce de las cosas.
En el cineasta se trata de un arte; en el creyente, se trata de una virtud,
fruto del Espíritu de Jesús muerto y resucitado.
El Evangelio que acabamos de escuchar
nos da la medida de este Espíritu. Un Espíritu que nada tiene que ver
con la arrogancia intelectual o espiritual de aquellos que se creen que
lo saben todo. El que quiere vivir del Espíritu de Jesús no puede olvidar
su propia pobreza. Me viene a la memoria este pensamiento de Pascal: «El
conocimiento de Dios sin el de la propia miseria crea orgullo. Pero el
conocimiento de su miseria sin la de Dios crea desesperación».
El pobre jamás desespera. No se deja
abatir por el peso de la vida. Les confío que esto es una de las grandes
lecciones que me ha dado el cardenal Velasco: el peso de la enfermedad,
de la que conocía perfectamente la gravedad, no ha llegado a vencer su
fuerza interior ni tampoco su sonrisa. Como todo pobre, sabía que los
fracasos no afectan las promesas que Dios nos ha hecho.
Miremos a Cristo: cuando las dificultades
de su ministerio en Galilea tendrían todas las razones para desanimarlo,
El eleva una oración de acción de gracias, que es un grito de alegría
y un himno de júbilo. No duda un instante de la grandeza de la misión
que le ha confiado el Padre, afirma con reconocimiento que Dios es el
maestro del universo. No se impacienta contra la voluntad de su Padre.
Por esta razón puede afirmar que su yugo es dulce y su carga ligera.
En el momento en que Uds. se disponen
a disfrutar de unas vacaciones, quisiera invitarles a que encuentren tiempo
para elevar una oración al Espíritu del Señor Jesús, a fin de que siempre,
incluso en el corazón de los fracasos de nuestra vida, crean firmemente
en la dulzura, la ternura y la humildad del Padre. Con esta condición
serán capaces de vivir esta pascua tan difícil como saludable: el pasaje
de una pobreza sufrida a una pobreza elegida.
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