Palabras
del Sr. Nuncio Apostólico
Mons. André Dupuy
en la Solemnidad de Jesucristo
Rey del Universo
(Caracas -Parroquia de habla Alemana -
23 de noviembre de 2003)
Yo nací y vine al mundo para
ser testigo de la verdad
Qué
escena tan sorprendente nos presenta el Evangelio de este domingo : dos
hombres, uno frente al otro, Pilato y Jesús, el representante del César
y el humilde carpintero de Nazaret. El primero es un gobernador romano,
hombre poderoso que puede juzgar, poner en libertad o condenar. El otro,
Jesús, ha sido entregado como un agitador, un desestabilizador del orden
público. Pilato tiene prácticamente todos los poderes, mientras que Jesús
ha sido ya maltratado, humillado, puesto en situación de inferioridad.
Sorprendente diálogo el que acabamos de escuchar en el Evangelio. Aún,
hoy día, nos sigue desconcertando, como ayer desconcertó a Pilato. Jesús
se confiesa Rey, pero no es El quien pronuncia esta palabra, sino su acusador.
Jesús no revela ni su identidad ni la naturaleza de su reinado. Simplemente
dice que su reino no es de este mundo.
¿Entonces,
tú eres Rey? insiste Pilato. Tú lo has dicho, le responde Jesús. Pero
no afirma nada de su poder, al contrario, se muestra sin poder: nadie
ha luchado por él, ningún ejército lo ha defendido, se encuentra absolutamente
solo: solo, es verdad, pero no vencido.
Sorprendente diálogo, porque aquél que lo encabeza no es el acusador,
sino el acusado. Es el acusado quien, a partir de un proceso superficial
y banal, va a llevar al acusador a la pregunta más importante, a la única
pregunta que, en definitiva, cuenta: ¿Qué es la verdad?
Jesús
obliga a Pilato a que se cuestione vitalmente, en lo más profundo de sí
mismo, sobre la búsqueda de la verdad: ¿qué sentido dar no sólo a la historia
humana, sino a la nuestra personal, es decir, a nuestra vida?
En el cara a cara de Jesús con Pilato,
hay algo del nuestro con Jesús. De la misma manera que había inducido
a Pilato a interrogarse sobre la verdad, en esta mañana nos mueve a preguntarnos:
¿Creemos en la verdad de Jesús? ¿Creemos que Cristo Rey es un rey crucificado,
el cual aceptó pagar un alto y costoso precio por los pecadores de su
tiempo y del nuestro, por sus verdugos, por los mentiro-sos, los asesinos,
los odiados?
¿Reconocemos
en Jesús a Aquél que da testimonio de la verdad? Más aún : ¿cuál, quién,
es esta Verdad tan insoportable por la que Pilato y los Sumos Sacerdotes
han querido hacer callar a aquél que la testimonia y la encarna?
Es
la verdad de lo que es Dios. Dios es amor; Dios no quiere usar la fuerza
contra el hombre. El prefiere padecer la violencia, en lugar de aplicarla
a los otros. Eso significa que ningún poder - ni siquiera el poder político
- se puede justificar por la propia violencia.
Creo
que nosotros debemos reflexionar como creyentes sobre la violencia que
estamos padeciendo en los momentos presentes. No debemos caer ni en la
trampa de la venganza ni en la trampa del miedo.
La Biblia nos enseña mucho sobre
la violencia: la violencia que nace de la desconfianza y de la sospecha,
así como aquella que nace de la arrogancia y del orgullo. La primera se
remonta a la generación de Adán y de Caín, cuando la sospecha conduce
al aislamiento, éste al miedo y el miedo al homicidio. La segunda corresponde
a la generación del Diluvio y de Babel, cuando la humanidad se descompone
en una exorbitante codicia. Esta segunda violencia está menos oculta que
la primera: ella ambiciona, se ampara, provoca, domina. Es una violencia
que no soporta ningún tipo de oposición. Lo quiere todo y lo quiere inmediatamente.
Es la violencia de nuestros días, la que reviste la máscara de la intransigencia.
La violencia de aquellos que pretenden dominar los espíritus y las conciencias,
o peor aún, corromperlos. La violencia de todo el que pretende presionar
sobre las decisiones personales de los demás.
¿Qué respuesta evangélica - enraizada
en la verdad de Dios - podemos y debemos dar a la violencia? La Biblia
nos muestra dos vías para encauzar la violencia que habita en nosotros
y en nuestro alrededor, y para encontrar de nuevo el amor que nos interpela.
La
primera consiste en «desarmar» al que desconfía de todo y de todos, a
devolver la confianza al violento que está encerrado en sus intransigencias
y en su miedo. Es la conclusión concreta de lo que dice S. Pablo acerca
del amor: Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo
todo (1 Cor 13, 7).
La segunda vía consiste en amansar al soberbio. Así sucedió con la expul-sión
del jardín del Edén, con el diluvio, con la destrucción de la torre de
Babel. Esto quiere decir que la administración de la violencia comporta
también el rechazo a las intransigencias, un no categórico - respetuoso
pero valiente - a todas las pretensiones que atentan contra la dignidad
y los derechos de la persona humana. Esta vía es también el camino del
amor, el camino del que nos habla el mismo S. Pablo cuando reflexiona
sobre el orgullo de los Corintios: ¿Qué prefieren Uds.: que vaya dispuesto
a castigarlos, o que vaya a verlos con amor y ternura? (1 Cor 4, 21)
Ante a la situación actual, permítanme
recordarles la importancia de una virtud que no está de moda: la paciencia.
Es la más activa de las fuerzas del amor. Alguien decía que la paciencia
es un fuego ciertamente sin llamas, pero también, sin cenizas. La paciencia
es la otra palabra a la que el autor de la carta a los Hebreos llama perseverancia.
La paciencia consiste en tomarse el tiempo de desatar lo que ha sido mal
atado, y de atar de nuevo lo que ha sido desatado.
Al celebrar a Cristo Rey, nosotros
celebramos a Aquél que favorece que sean organi-zados por El, con El y
en El nuevos tipos de relaciones humanas. Cristo es Rey porque instaura
en los corazones un reinado de amor y de paz, el cual debe plasmarse en
las obras de sus discípulos. Cristo es Rey, porque otorga a quien se la
pide la valentía de luchar contra todo lo que desfigura la humanidad.
Nosotros
creyentes necesitamos esta valentía para luchar contra el mal; contra
todas las formas del mal. Particularmente pienso en la mentira que acompaña
siempre al desprecio del hombre. ¡Cuántas palabras necias y cuánta propaganda
vacía en nombre de lo que se pretende llamar intereses del pueblo!
Cristo
Rey penetra en nuestras cautividades para romper las cadenas que nos mantienen
prisioneros. Así, ya, ahora, somos libres, viviendo en este mundo sin
ser del mundo. Somos libres con aquella libertad que nos hace relativizar
la naturaleza de las esclavitudes y de las contingencias actuales, porque
sabemos que sólo dependemos de Dios y de aquel que se sienta a su derecha,
el Rey de Reyes. En esta mañana, pidámosle que nos conduzca hacia la verdad
y nos mantenga en ella.
|