Homilía
del Señor Nuncio Apostólico
Mons. André Dupuy
en el Santuario Ntra. Sra.
de la Chiquinquirá
(Aregue - Carora - 5 de octubre de 2003)
Mc 10, 2-16
Estoy seguro que ninguno de Uds. ha permanecido indiferente a la lectura
del Evangelio. He aquí una palabra tajante como una espada, una palabra
que molesta, una palabra que nos pone en causa no solamente en las relaciones
familiares, sino también en las relaciones humanas.
Nosotros
la escuchamos en este día en el que nos hemos reunido en torno a la Virgen
María, una mujer que es para todos nosotros un ejemplo de fidelidad, de
valentía y de fe.
Lo
sabemos todos: la familia es una institución humana que necesita de oración,
sobre todo hoy día, cuando muchos jóvenes viven juntos sin casarse porque
tienen miedo de comprometerse definitivamente el uno con el otro; en una
época en la cual muchas parejas, casadas desde hace mucho tiempo, están
en dificultad. Se les ha olvidado dialogar y se preguntan si vale la pena
permanecer aun unidos.
La
humanidad ha vivido siempre en familia, incluso antes que la Iglesia hiciera
del matrimonio un sacramento. Eso significa que, tratándose de una cosa
muy profunda en la condición humana, la Iglesia quiere decir una palabra
de parte de Jesucristo. A cada uno de nosotros, casados o solteros, que
llevamos en lo más hondo de nosotros mismos una sed de amor y una necesidad
de ser amados, la Iglesia quiere recordar la Buena Nueva que ha recibido
del Señor.
¿Qué
nos dice Jesús? Nos habla de la Ley de Moisés y de la creación de Dios.
1. Ante todo, de la ley, pues son
los fariseos quienes lo interrogan. Los fariseos eran personas muy apegadas
a la ley y sus preguntas se resumían siempre en estas palabras: eso es
posible? Estaban siempre en la búsqueda de un permiso!
Ahora bien, Jesús responde con otras palabras: no dice lo que se puede
hacer sino lo que se debe hacer. Una ley está hecha para proteger a los
más débiles de la sociedad, los más vulnerables.
En la sociedad del tiempo de Jesús, cuando una mujer judía era abandonada
por su marido, ella podía sobrevivir solamente uniéndose con otro hombre.
Pero, al hacerlo, cometía un adulterio, y el adulterio de una mujer judía
era castigado con la pena de muerte a través de la lapidación! Entonces,
para evitar que una mujer fuera ejecutada con piedras, porque su marido
la había abandonado, Moisés inventó el acta de repudio; eso permitía al
hombre de decir a su esposa: ya no estás más unida conmigo, estás libre.!
2. Jesús habla también de la creación
del hombre y de la mujer. Los hizo hombre y mujer para que estuvieran
codo a codo, siempre unidos en la vida; y que sus vidas construyeran todas
las cosas y que fueran fecundos.
Lo que Dios ha unido, y que el hombre no puede separar, es el amor y la
fecundidad del amor, el amor y lo que construye el amor.
Esta
es la razón por la cual, en el corazón del Evangelio, encontramos esta
llamada a la fidelidad, una llamada a vivir y a quedarse juntos para siempre,
sin ceder a la primera dificultad. Por el contrario, cuando el amor se
vuelve difícil, el Señor invita a comenzar a amar; es entonces cuando
se pueden verificar las verdaderas fuentes de nuestro amor!
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. ¿Por qué? Porque en
la unión de las personas en el matrimonio, existen no solamente dos seres
humanos el uno frente al otro, sino tres. Los esposos están allí, pero
Dios también está con ellos. Los esposos aportan su amor, pero Dios también
aporta el suyo. Y el amor de los esposos no sería nada sin el amor de
Dios.
He aquí la palabra que nos molesta
en el evangelio de hoy. Nos molesta y nos sitúa frente a una contradicción.
De una parte, probablemente jamás el amor ha sido tan deseado, celebrado,
cantado. No hay ninguna novela, ninguna canción y ninguna película en
la que no esté presente. Ahora bien, este tiempo que habla tanto del amor
revela también una gran incapacidad de amar. Somos incapaces de llevar
a término las exigencias de un auténtico amor. Con frecuencia nos amamos
a nosotros mismos, creyendo amar al otro.
Los jóvenes no pueden conocer verdaderamente
la plenitud del amor: pueden, sí, comenzar a descubrirlo. Solamente aquellos
que han perseverado unidos por más de 10, 20 o 30 años en matrimonio conocen
totalmente la verdad del amor: saben por experiencia lo que significa
una vida regalada el uno al otro y a sus hijos. A lo largo de los años,
han aprendido a amarse más y más, mientras poco a poco iban descubriendo
sus limites y sus mediocridades; han renunciado en parte a sí mismos para
identificarse mejor con el otro; han comprendido que amar es también amar
el rostro de Dios en el rostro del otro, reconocer con alegría la huella
de Dios en el corazón del otro, amar a Dios amando al otro. A lo largo
de los años, su amor se ha hecho fecundo en los hijos y más allá del estrecho
circulo familiar, en la acogida y en el don fraterno, en la compasión
y la misericordia hacia los pequeños, los pobres, los sin-amor.
Las palabras de Jesús son exigentes,
pero no las convirtamos en nuevas leyes escritas. No tenemos el derecho
de convertir una palabra que libera en una palabra que esclaviza, una
palabra que da vida en una palabra que mata.
El
divorcio es un asunto grave. Lo ha dicho el mismo Jesús, y su palabra
es válida en nuestros días. Pero no seamos de aquellos que juzgan y condenan.
El divorcio es un fracaso terrible. El rechazo ha sido propuesto por Jesús
como un evangelio, es decir, como un medio de liberación, especialmente
para la mujer. Aun hoy día, en muchos casos, vale la pena resistir a la
tentación y a la facilidad del divorcio. Vale la pena confiar en la voluntad
de Dios que quiere que la pareja permanezca unida, creer que Dios nos
da lo que nos manda, lo que nos promete; vale la pena aceptar con confianza
esta promesa del cántico de Pablo: el amor no pasa nunca.
Pero evitemos legislar para los otros. Si a veces las circunstancias nos
obligan a aceptar un fracaso, la muerte en el alma y la tristeza en el
corazón, no renunciemos nunca a la esperanza. Cuando nos encontramos con
casos dolorosos - todos conocemos padres que sufren por la situación irregular
en la que viven sus hijos - seamos de aquellos que aconsejan, no de aquellos
que juzgan, que condenan, que penalizan.
Vivimos
en una sociedad en la que hay tantos fracasos y tantos dramas, tantas
parejas separadas, tantas familias divididas! Sí, pero como cristianos
debemos no sólo dar pruebas de prudencia y de realismo, sino también de
una firme confianza en la gracia de Dios, y saber pedirla con insistencia.
Nosotros creemos que más allá de la Cruz está la pascua. En definitiva,
construir una familia es hacer con alegría un acto de fe en la victoria
de Cristo sobre todo lo que es división y rechazo del amor. Como a sus
discípulos, también a nosotros nos repite: no tengan miedo, porque
yo estoy siempre con Uds..»
Si queremos crecer en la fe, debemos rezarle a María, pidiéndole que nos
ayude a conocer mejor a su Hijo. Pidámosle un poco de su humildad. La
humildad de María es la humildad de aquel que se abandona completamente
en Dios, en su bondad, de aquel que no piensa en sí mismo, sino en Dios.
Pidámosle a Dios, por intercesión de María, que nos haga humildes y valientes,
capaces de amar como Dios nos manda y como Jesús nos ha enseñado.
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