homilías del Nuncio

Homilía de del Excmol Sr. Nuncio Apostólico Mons. André Dupuy
Nuncio Apostólico
ante la Comunidad Europea

Domingo 31 Tiempo Ordinario A.
(30 de Octubre de 2005)

 

El texto del Evangelio que acabamos de leer, abre, en cierta manera, el proceso que Jesús intenta a los escribas y a los fariseos. El mismo sirve como de introducción al capítulo 23, que está compuesto de siete maldiciones. Por siete veces Mateo vuelve a decir: “¡Ay de Uds., escribas y fariseos, hipócritas”!

Esta precisión me parece útil en la medida en que, pasado mañana, en la fiesta de Todos los Santos, con el mismo Mateo repetiremos ocho veces : ”Bienaventurados los que…”. Podríamos decir que, a dos días de distancia, la liturgia, con claro sentido de la pedagogía, quiere hacernos palpable la distinción entre lo falso y lo verdadero

“¡Ay de Uds., escribas y fariseos, guías ciegos!”.Los reproches que Jesús dirige a los fariseos no pueden dejar de extrañarnos. ¿Acaso no es el mismo hombre, el profeta de Nazaret, el que perdonó a la mujer adúltera, a la prostituta, a Simón Pedro, que acababa de traicionarle, y quien, delante de los fariseos, parece carecer de la más mínima comprensión, de una palabra de perdón?

Los publicanos siempre son perdonados; los fariseos jamás. Lo que hacia decir a un niño de la catequesis – la anécdota sucede en una parroquia limítrofe de París – que “Jesús perdona a los republicanos, pero es muy severo con los parisinos”. Confundir publicanos con republicanos no es muy grave; pero asemejar fariseos y parisinos es, sin duda alguna, halagador para los primeros, pero mucho menos para los segundos.

Exégesis encantadora, que les consejo olviden sin tardar. Para comprender los ataques virulentos de Jesús contra los fariseos, es preciso tener en cuenta el contexto en el cual el evangelista Mateo los sitúa: los judíos no conversos acaban de expulsar a los recién convertidos, los cristianos, de sus sinagogas: la comunidad de Mateo les reprocha el no haber querido reconocer en Jesús al enviado de Dios. ¿ No es el propio Mateo quien hace decir a los judíos frente a Pilato: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”?

Los escribas y los fariseos son los guías del pueblo. Son la referencia, los árbitros de la ortodoxia. El pueblo se guiará por ellos para decidir si Jesús de Nazaret es el verdadero Mesías o un impostor. Ahora bien, su cultura, su formación, su función habrían debido ponerles en las primeras filas de los partidarios de ese joven rabí. Tendrían que haber sido los primeros en gritar a su paso “¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor!” Por desgracia, su talante hipersensible de preocuparse por lo secundario y su ceguera ante lo esencial harán de ellos sus primeros adversarios.

Jesús molesta a los fariseos; trastoca la idea que se hacen de Dios, sus conceptos estrechos de El. Para ellos, la imagen que Jesús da de Dios es escandalosa, insoportable: la de un Dios que no mantiene su jerarquía. Así pues, cada día los fariseos van a investigar, espiar, poner trampas, inventar chismes, sembrar la desconfianza. Por encima de todo, lo que no soportan es la ternura de Jesús hacia los excluidos. Recuerden la comida en casa de Simón: “¡Si este hombre fuese profeta, sabría quién es esa mujer que lo toca!” Para ellos, Jesús avergüenza a la religión. Conviene, pues, poner término a su modo de actuar; pone en peligro la pureza de la Fe.

Ante estos hombres que deberían abrirle camino y que se lo cierran, se nota crecer en el corazón de Jesús un grandísimo sufrimiento, una especie de tormento semejante al que padeció el Dios de la primera Alianza. Vuelvan Uds. a la primera lectura, a las palabras referidas por Malaquías. Pero pienso sobre todo en lo que relata Jeremías: “A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas que el agua no retienen” (Jer 2,3).

Para comprender la severidad de las palabras de Jesús, no olvidemos que estos enfrentamientos tienen por telón de fondo una condena a muerte que se está tramando. A Jesús no le queda mucho tiempo de vida. El intenta lo imposible para hacerles reflexionar. Un día él les aplicará una parábola oriental: “coláis el mosquito y os tragáis el camello” (Mt 23,24). Es decir: Ya que son Uds. tan quisquillosos, tan duros, tan engorrosos, tan sin piedad con vuestro prójimo, bien porque comete una falta benigna, ¿por qué son Uds. tan ciegos ante sus propios fallos en lo que toca a los designios mayores de Dios para con Uds.?

Ahora bien: sería demasiado fácil si los reproches de Jesús sólo tuviesen que ver con personajes hoy día desaparecidos. Pero no: el Evangelio sigue siendo extrañamente actual, contemporáneo. Cualquiera de nosotros que se fija en la paja presente en el ojo de su hermano, en vez de la viga que está en el suyo, tiene un escriba o un fariseo que dormita en él.

Lo que Jesús reprocha a los fariseos – dicen pero no hacen – es lo que nos dice hoy : las bellas palabras no comprometen a nadie si no transforman nuestras vidas.

Uds. han comprobado ciertamente – eso es flagrante en período electoral – hasta qué punto los discursos, las declaraciones, las promesas de actuación tratan de revalorizar una palabra desvalorizada.

De ahí lo pertinente de esta pregunta: ¿qué hemos hecho con nuestras palabras? ¿Qué queda en concreto de nuestras declaraciones a favor de la paz, del compromiso matrimonial, o, simplemente, de las promesas hechas en un encuentro en la calle, de hacer una visita, dar una ayuda, extender una invitación?

Jesús, al dirigirse a los fariseos, también nos interpela a nosotros. El nos llama a un verdadero careo entre lo que decimos y lo que hacemos; a una transparencia para confrontar nuestras palabras con nuestros actos.

Señor, líbranos de la charlatanería, de las palabras huecas, hasta hacerse inútiles, si no las vivimos.

Otras Homilías del Nuncio