MONSEÑOR
UBALDO SANTANA Homilía en la Celebrada en San Rafael del Moján, |
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1. La iglesia que peregrina en Maracaibo y la subregión indígena añúu-wayúu se congrega con júbilo esta mañana en el templo parroquial de San Rafael del Moján para recibir llena de gratitud el don de un nuevo presbítero en la persona de Jesús Sandoval. Como pueblo santo y amado de Dios, conformado por fieles laicos, religiosos, diáconos y sacerdotes procedentes de toda la geografía arquidiocesana, abrimos nuestras manos y corazones para acoger tan precioso don y rendirle al Señor nuestro culto de alabanza. La nota predominante de nuestra celebración será por consiguiente la acción de gracias. Dejemos que nuestra asamblea se impregne de esta actitud, que todo nuestro ser quede invadido por este sentimiento y luego se transforme con la gracia de la Eucaristía en nuestra forma ordinaria de vida. Estamos todos aquí, Señor, en este día de gracia para decirte ¡gracias! porque en este año de la Eucaristía nos regalas un ministro de la Eucaristía. Hoy se despliega ante nuestros ojos una nueva demostración del gran amor que el Padre le tiene al Zulia y de su gran deseo de seguir convocando este pueblo por medio de Cristo y de sus ministros, como lo ha hecho desde el principio de su historia, para constituirlo en linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por El para anunciar sus alabanzas (cf.1Pe 2,9) y cantar su gloria. Hoy Cristo resucitado se hace nuestro compañero de camino y abre nuestras inteligencias al sentido de las Escrituras para que descubramos la actualidad de su obra salvadora. Efectivamente, en cada eucaristía que celebramos, Cristo renueva el sacrificio de la cruz y por medio de su entrega obediente y amorosa nos reconcilia con el Padre y nos abre para siempre las puertas de la casa de la Trinidad para que vivamos en su compañía y amistad. “¡Dichosos los que viven en tu casa Señor alabándote siempre!” (Salmo 83-84). 2. La Eucaristía marca la dirección de nuestra vida presente y futura porque en el Señor vivimos, nos movemos y existimos (Cf. Hech. 17,27) y al convocarnos a nosotros quiere dar a conocer el deseo y voluntad de su Padre: “santificar y salvar a todos los hombres no aisladamente sin conexión alguna de unos con otros sino constituyendo un pueblo que le confiese en verdad y le sirva santamente…Este pueblo mesiánico es para todo el género humano un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo se sirve también de él como instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra” ( LG 9) 3. Hoy se hace patente que el Espíritu Santo habita en nuestra iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, guía nuestra iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos. Cristo Jesús no nos deja huérfanos sino que nos envía su Espíritu para guiarnos a la verdad completa, llevar a la madurez nuestras vidas cristianas, mantenernos unidos a Jesús y hacernos fructificar en abundancia (cf. Jn. 15,5). La juventud de este hijo que brota del fecundo suelo zuliano, nos recuerda que con la fuerza del Espíritu la Iglesia es siempre joven y renueva su misión para que lleve hasta el final la victoria sobre el pecado y la muerte. 4. La ordenación y el envío del diácono Jesús desde tierras marenses nos hace tomar conciencia de la vocación misionera de nuestra iglesia local y de la permanente urgencia de llevar el evangelio de Cristo más allá de nuestras fronteras. Desde este templo y desde esta vida que se entrega al Señor sin reservas asumiendo el celibato como un fecundo testimonio de amor, retumba en nuestros corazones el apremiante envío que Jesús hace a los suyos para que lleven su evangelio hasta las últimas extremidades del mundo (cf. Mt.28, 20). No es fiel a Cristo una iglesia que no tome en serio este mandato y no dedique buena parte de sus energías a formar hombres y mujeres que se entreguen por completo con libertad de espíritu, en pobreza, castidad y obediencia para sembrar el evangelio en los surcos de este mundo. Dios regala al Zulia un sacerdote para el tercer milenio. Ya lo tiene montado en su barca y le pide que junto con su pastor y sus demás hermanos reme con decisión en una misma dirección y sin miedo mar adentro. Le toca integrarse como un humilde trabajador más en el Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral. Este proyecto es un don que Dios le está haciendo a muchas iglesias que peregrinan en Venezuela como camino concreto para hacer realidad las orientaciones del Concilio Vaticano II, de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y del Concilio Plenario de Venezuela. Para llevarlo a cabo necesitamos servidores decididos a construir la Iglesia como pueblo santo de Dios, casa de oración, taller de fraternidad y escuela de comunión. Necesitamos sacerdotes solidamente anclados en Cristo, enamorados de su pueblo, maestros de oración, que vivan la pasión de la unidad con su obispo y sus hermanos sacerdotes y decididos a entregarse totalmente al servicio de su iglesia y de sus hermanos más pobres y olvidados. 5. Por medio de la imposición de mis manos y de la oración consecratoria el Señor derrama el Espíritu Santo sobre ti, amado hijo, para que compartas conmigo y con tus demás hermanos presbíteros el pastoreo del pueblo. Conjuntamente con este derramamiento espiritual el Señor pasará también parte de su inmensa compasión, que brotó de su corazón cuando vio cuán abandonada y agobiada andaba la gente que se agolpaba en torno a él y la apremiante necesidad de orar al dueño de la mies para que enviara abundantes obreros a su mies( cf. Mt. 9, 39). Esa es la compasión que debe habitar permanentemente en tu corazón al ver tantas comunidades, poblaciones y barrios sin sacerdotes, sin religiosas, sin laicos misioneros, sin familias cristianas. Ve, el Señor te envía a proclamar su evangelio a los pobres, a devolver a los ciegos la vista, a liberar a los prisioneros de sus esclavitudes, a proclamar un año de gracia y de vida para los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. El sacramento del Orden te va a configurar con una persona que se entregó totalmente a lo largo de toda su vida a llevar a cabo la misión que su Padre le encomendó. Con una persona que al final de su vida quiso resumir y sintetizar esa entrega total de si mismo por amor en el sacramento de la Eucaristía. Jesucristo que hoy te escoge como servidor y discípulo suyo al configurarte con él te entrega también la misma misión que entregó a sus apóstoles en la última Cena: te toca celebrar la Eucaristía en memoria suya. Hazlo siempre en memoria suya. 6. Como los apóstoles hicieron con los primeros siete servidores de las mesas, te corresponderá delegar tareas y misiones que pueden ser desempeñadas por los laicos para concentrarte en aquello que es propio del sacerdote y que nadie más podrá hacer en tu lugar. “Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra” decidieron los apóstoles de Jesús cuando delegaron el servicio de las mesas a Esteban y sus seis compañeros. Dedicarse a la Palabra, preparar esmeradamente la predicación y la homilía diaria y sobretodo dominical, edificar la comunidad cristiana , darle lugar preeminente a la formación y al seguimiento espiritual de los colaboradores más cercanos para que fermenten las realidades humanas con la levadura del Evangelio, llevar a los hermanos el servicio de la reconciliación, del perdón y de la paz, liberar los enfermos de sus pecados, miedos y temores, celebrar la pascua de Jesús tanto en tu vida como en la Eucaristía son, hijo mío, tareas que nadie más las podrá hacer en tu lugar y que por consiguiente te corresponde asumir con particular dedicación y entrega. 7. Si la Iglesia vive de la Eucaristía la existencia sacerdotal ha de ir tomando más que cualquier otra una configuración eucarística. En la Eucaristía está todo el don, todo el amor y toda la salvación de Jesús para la humanidad de todos los tiempos, de todos los lugares, de todos los ambientes. El sacerdote que celebra la Eucaristía ha de terminar dejando que este sacramento admirable termine configurando eucarísticamente su modo de pensar, de vivir y de actuar. Ese fue el testamento espiritual que el Papa Juan Pablo II nos dejó en la última carta que nos dirigió con motivo del Jueves Santo. La misa no ha de ser para nosotros una simple celebración aislada y momentánea sino un manantial de donde brote una forma de vida. El Obispo San Ignacio de Antioquia escribía que los dientes de los leones del circo romano iban a ser el molino que iban a triturarlo y transformarlo en hostia, en ofrenda agradable a Dios. La misa diaria es para nosotros el molino-escuela donde el Señor nos enseña y al mismo tiempo nos procesa para ir transformando nuestras vidas en una existencia igual a la suya, en una existencia eucarística. Partiendo de las palabras de la consagración, el Papa amigo señala algunas dimensiones fundamentales de esa existencia. Considero importante retomar algunas de ellas y recordarlas porque constituyen una enseñanza fundamental para evangelizar el corazón y el centro de nuestra vida sacerdotal. En primer lugar una existencia profundamente agradecida. Si queremos entrar en el corazón de Jesús el camino más corto es el del agradecimiento. Ese fue el camino que lo llevó a una profunda exultación en su Padre por haber revelado sus designios a los pobres y a los pequeños (Cf. Mt. 11, 25-26). Fue también en medio de la acción de gracias de la cena pascual que encontró la manera maravillosa de quedarse con nosotros para siempre haciéndose pan entregado y sangre derramada de la nueva alianza (Cf. Mt 26,26-30). El que recibe a Cristo como don supremo del amor del Padre aprende a vivir permanentemente en una actitud agradecida. “Tenemos ciertamente nuestras cruces pero los dones recibidos son tan grandes que no podemos dejar de cantar desde los más profundo del corazón nuestro Magnficat” (Carta del Jueves Santo 2005 N.2) Una existencia entregada. La autodonación de Cristo alcanza su máxima cota en el sacrificio de la cruz. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único... No hay mayor amor que el de dar la vida por sus amigos” (cf. Jn 3,16;15,13). Ese misterio de amor quedó anticipado sacramentalmente en la última cena. Repetir diariamente esas palabras guía al celebrante en ese torbellino de amor y va transformando al sacerdote en un pan entregado y en una sangre derramada por sus hermanos. Lo va haciendo don, poniéndolo a la disposición de la comunidad y encontrando su razón de ser, de vivir y de ser feliz en la entrega a sus hermanos necesitados. Una existencia consagrada. El sacerdote es un ministro. Un servidor. Vive con el delantal puesto, la lámpara encendida, listo para recibir a su dueño y señor a cualquier hora que se presente. El sacerdocio no le pertenece. Le ha sido entregado para que lo administre fielmente y preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto. No se predica a si mismo. Predica a Jesús. No predica sus ideas o ideologías. Predica el Evangelio de Jesús. No reparte su pan y su vino. Reparte a Jesús pan de vida y vino del Reino Nuevo. El sacerdote en su predicación, su celebración y su pastoreo ha de dar testimonio de suprema pobreza despojándose de la tentación de exponer su propia mercancía para exponer solo aquellos bienes del Reino que el Señor le ha entregado en encomienda. Los talentos son de El. La semilla es de El. El fermento es El. Nosotros hemos de ir disminuyendo para que el crezca en el corazón del pueblo. Somos celebrantes pero también los custodios de este sacrosanto misterio. El misterio de la entrega por amor ha de reflejarse en nuestro modo de celebrar. Este año de la Eucaristía la Iglesia nos trae como modelo al obispo Oscar Arnulfo Romero, mártir de la fe que como su maestro murió en plena eucaristía. Fomentemos el amor a Cristo eucaristía con nuestro ejemplo viviendo de ella y sacando de ella la fuerza para el resto del camino y el fiel, alegre y generosos cumplimiento de nuestro ministerio. Una existencia orientada hacia Cristo. La eucaristía es la brújula que indica indefectiblemente el norte de nuestras vidas. Cristo es el camino para vivir en verdad y desembocar en la Vida eterna. Quien tiene a Cristo tiene la vida. Quien no tiene a Cristo no tiene la vida. La Eucaristía es nuestra base de lanzamiento para lanzarnos a la toma de las murallas y meternos en el fragor de las batallas(cf. Sa 17,29-30). Con la Eucaristía podremos vivir en medio del pueblo de Dios con la fuerza de la caridad pastoral y no por otras motivaciones interesadas o turbias. El pueblo necesita hoy más que nunca guías para orientar sus caminos y pastores para alimentar su esperanza. Nuestras figuras, nuestras formas de liderazgo han de ser muy nítidas y no confundirse con formas de conducción o de liderazgos humanos o políticos. En medio de la confusión y del temor el pueblo cristiano confía en nosotros, se apoya en nosotros, no por nosotros sino porque nos presentamos como testigos de Jesús, seguidores del Señor, pastores que pastoreamos en su nombre y conducimos al rebaño a aguas tranquilas y a pastos nutritivos (cf. Sa 23). No podemos defraudar esa confianza ni manipular a los fieles. Para nosotros la vida es Cristo y por consiguiente es a Cristo a quien tenemos que entregar. La gente viene a buscarnos ansiosamente para que le mostremos a Cristo. “Queremos ver a Jesús”( Jn.12,21). Lo quieren ver en nosotros y quieren que los conduzcamos adonde el vive para permanecer con el (cf. Jn1,39). 8. El clamor del pueblo es que seamos más santos, más alegres, más serviciales, más generosos, más apasionados en el ejercicio de nuestro ministerio cotidiano. “Un sacerdote conquistado por Cristo conquista a otros para que se decidan a seguir al Señor y compartir la misma aventura” (Carta del Jueves Santo 2005 No.7). No te asustes Jesús, no temas, mira hacia María. Ella te hará alegre el camino, ligera la carga, fiel tu si sacerdotal hasta el final San Rafael del Moján, 25 de junio de 2005 + Ubaldo R.
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