Muy amados jóvenes:
Es un espectáculo maravilloso verlos a todos
reunidos en este gimnasio procedentes de tantos lugares y parroquias de
nuestra arquidiócesis y de las diócesis vecinas de nuestra
provincia eclesiástica. Su presencia esta noche significa que han
aceptado hacerse ustedes también peregrinos como los magos de oriente
para salir en busca de Jesús.
Esta noche otra persona amada nos acompaña
y nos abruma con la fuerza de su presencia. Una persona que se ha hecho
sentir para muchos de ustedes a lo largo de toda su vida, que se hace
sentir estos días tanto en Colonia, como en Maracaibo y en todos
los sitios del mundo donde los jóvenes estén reunidos: el
Papa Juan Pablo II, el amigo incondicional de los jóvenes.
¡Cómo no tener un recuerdo emocionado y agradecido por ese
hombre de Dios venido de Polonia, que inventó hace 20 años
las Jornadas Mundiales de la Juventud para entrar en un contacto más
directo y en diálogo más cercano con los jóvenes
del mundo entero! Nos sabe a gloria ver a su sucesor Benedicto
XVI recogiendo con decisión el guante de tan ilustre predecesor
y hacerse cargo de tan hermoso legado. Oramos por él y esta noche
con nuestra oración le brindamos todo nuestro apoyo.
Estos días y particularmente esta noche nos
toca a nosotros vivir la formidable experiencia
de los magos de oriente que se pusieron en marcha en busca de la
respuesta a una pregunta que brotó de sus corazones al contemplar
en una de esas espléndidas noches de oriente una estrella de fascinante
resplandor: “¿Dónde está el Rey de los
judíos que ha nacido pues vimos salir su estrella y venimos a adorarlo?”
A lo largo de los 20 siglos de historia de la fe cristiana son millones
los seres humanos de toda edad, de toda raza, lengua y nación que
se han puesto en marcha, movidos por esa misma pregunta, como si llevaran
un fuego ardiente en sus entrañas. Vencieron todas las dificultades,
vivieron a fondo la apasionante aventura de la santidad, que no es otra
que configurarse con la persona, la vida y la mente de Jesucristo, permanecer
unido a él en la iglesia y trabajar con sus hermanos en la transformación
del mundo según los valores del evangelio.
“Entraron
en la casa y vieron al niño con María su madre y postrándose
lo adoraron” Ser mago en tiempo
de Jesús era una profesión científica. El estudio
de los astros los llevó a Dios.
La ciencia también lleva a Dios. Todos los seres humanos, lo sepan
o no lo sepan, buscan a Dios porque “en el vivimos, nos movemos
y existimos” (cf. Hech. 17,24-28). Al
llegar a Jerusalén prosiguieron su investigación y unos
escribas les revelaron la profecía de Miqueas sobre el lugar donde
aparecería el Mesías. Y así fue cómo, guiados
por las maravillas de la naturaleza, los descubrimientos de la ciencia
y la iluminación de las escrituras divinas
llegaron hasta donde estaba Jesús. Al encontrarlo su corazón
se llenó de una inmensa alegría porque habían encontrado
al que habían estado buscando con tanto ardor y empeño.
Los estudios, la ciencia, la naturaleza son como esos
carteles colocados a la orilla de las carreteras para indicar direcciones,
lugares y destinos.
La ciencia y la creación con todas sus maravillas
son como dedos inmensos que señalan el destino final de los seres
humanos y de la humanidad entera: Dios. El es el único sitio hacia
donde vale la pena dirigirnos con todas las fuerzas de nuestro ser porque
solo en El quedan colmadas todas nuestras más profundas aspiraciones
de felicidad. Después de haberlo probado todo, San Agustín,
un gran santo de la iglesia del primer milenio, lo encontró y estampó
su conclusión en una frase inmortal: “Hemos sido creados
para él y nuestro corazón permanece inquieto hasta que no
descanse en El”.
Mis amados jóvenes, han de saber que la vida
es un viaje con destino como el de los magos que culminó en Belén.
Todos los demás viajes, como por ejemplo los interplanetarios o
las navegaciones por Internet nunca logran saciarnos plenamente. Sólo
el viaje que desemboca en Dios colma el hambre y la sed de felicidad del
corazón humano: “Como el ciervo sediento en busca
de un río, así mi Dios, te busco a Ti. Tengo sed de Dios,
del Dios que da la vida” (Sal. 43,1).
Como somos seres
hambrientos y sedientos nos paramos en el camino a comer y a beber: comemos
y bebemos placeres, poderes, saberes, sexo y dinero y pensamos que esos
momentos, esas personas, esas experiencias nos colmarán; pero muy
pronto nos damos cuenta, después del placer intenso y pasajero,
que nos dejan un gran vacío en los recovecos del alma. El que se
droga, se exaspera y aumenta constantemente
las dosis para superar fronteras y gozar de nuevas sensaciones.
El que se centra en el sexo
multiplica los encuentros y las fórmulas en busca de algo nuevo
que le quite el aburrimiento. Pero nada
de eso quita el hambre y la sed. Nada elimina el hastío.
Al contrario dejan detrás de si desengaños, resacas y amargas
desilusiones.
“Al llegar a la casa se apoderó
de ellos una inmensa y alegría, y arrodillándose delante
del niño lo adoraron”. Los
magos encontraron a Dios después de una ardua búsqueda,
persistentes preguntas, repetidas dudas y arduas investigaciones, después
de marchas prolongadas a través de desiertos espirituales y geográficos.
Y cuando por fin lo lograron se llevaron la tremenda sorpresa de encontrarlo
en un niño frágil e inocente en brazos de su madre. ¡Dios
hecho niño! Entonces la estrella que los había guiado
hasta ese momento desapareció. Ya no la necesitaban. Y el resplandor
de su luz se alojó en sus corazones, como nuevo y poderoso foco
de fe, como nuevos ojos capacitados para descubrir la presencia de Dios
hecho hombre, hecho niño pequeño e indefenso al lado de
su madre.
“Y arrodillándose
lo adoraron”. Encontrar a Dios,
postrarse delante de El, reconociéndole como el fin último
y el todo de la vida que le da vida y sentido a todo. Eso es adorarlo.
En ese momento también se produce otro hallazgo admirable: nos
encontramos con nosotros mismos, con nuestra razón de ser y de
vivir. Llegamos a lo hondo de nuestro ser. Y
caemos en la cuenta de que Dios es la pieza faltante del rompecabezas
que da sentido final y total a nuestras vidas. Nos damos cuenta de que
sin El somos seres incompletos, imperfectos que nadie ni nada excepto
Dios puede completar.
Los invito, mis queridos
jóvenes, a emprender con los magos ese viaje decisivo que le dará
un giro de 360 grados a sus vidas, les invito a ponerse en búsqueda
de Dios y a no darse por vencidos hasta dar con El. Les
aseguro que ese momento quedará registrado como el acontecimiento
más importante de toda su vida.
En el punto preciso donde se encuentren con Dios, se arrodillen delante
de El y lo adoren, es decir lo reconozcan como el Señor y Dios
de sus vidas, se iniciará una transformación profunda
que traerá incalculables y maravillosas
consecuencias para ustedes y para los que giren alrededor de sus existencias.
Jesús llama
eso el Reino de Dios y lo compara a un tesoro escondido en un campo
que un hombre encuentra y lleno de alegría
va y vende todo lo que tiene y compra el terreno (Cf. Mt. 13,44). Cuando
los magos dieron con este tesoro le regalaron generosamente al niño
Dios oro, incienso y mirra. Vivir alegres,
vivir felices no depende de si se tiene o no se tiene dinero, de si se
tiene o no se tiene salud o belleza físicas, si se tiene o no se
tiene fama o poder. La verdadera felicidad depende de si tienes o no tienes
a Dios en tu vida y en tu corazón
tal como Jesús el Señor nos la ha dado a conocer.
“Y regresaron a su país por otro
camino”. Los sabios de Oriente al
encontrarse con Jesús descubrieron otro camino. Se trata de un
nuevo camino de fe, un nuevo modo de vivir con Dios. Me imagino
que siguieron estudiando los astros, escudriñando la naturaleza
pero dándole un nuevo sentido muy distinto al que guiaba sus estudios
e investigaciones antes de encontrarse con Jesús. Las estrellas
y las constelaciones se les volvieron como guiños que Dios les
hacía con los ojos para decirles que los amaba y estaba siempre
con ellos. Y su mente se trasladaba inmediatamente con la imaginación
a la casa de Belén! Todo había
cambiado genitivamente para ellos. Los tres buscadores habían
entrado en la casa de Jesús y a su vez el Salvador había
entrado dentro, muy dentro en la intimidad de sus corazones. Habían
quedado definitivamente habitados por Dios.
“Regresaron por otro camino”. El
encuentro sorpresivo con el Dios niño, la indescriptible alegría
que inundó sus entrañas al lograr su cometido, el deseo
de corresponder a tantos dones, los llevó a desear ardientemente
corresponderle a Dios. Se volvieron generosos, desprendidos, dispuestos
a compartir: “Abriendo sus cofres le ofrecieron como regalo
oro, incienso y mirra”. Esos cofres
abiertos simbolizan sus vidas que quedan totalmente expuestas para que
Jesús las llene con los bienes verdaderos y perdurables.
Con el oro confiesan que
para ellos Jesús vale más que todo el dinero del mundo y
que es a el a quien de ahora en adelante considerarán como su único
y verdadero tesoro. Más tarde Jesús enseñará
a sus discípulos esta gran sabiduría: “No amontonen
tesoros en esta tierra donde la polilla y la herrumbre echan a perder
las cosas y donde los ladrones perforan los muros y roban. Amontonen mejor
tesoros en el cielo donde ni la polilla ni la herrumbre echan a perder
las cosas y donde los ladrones no perforan los muros ni roban. Porque
donde está tu tesoro allí estará también tu
corazón” ( Mt. 6, 19-21).
Al ofrecerle incienso,
sustancia aromática con la que en su país se rinde homenaje
a los ídolos y dioses locales en sus templos, colinas y
cipos, declaran que de ahora en adelante no adorarán
falsos dioses y que están dispuestos a dejar atrás todo
lo que idolatraban para reconocer en Jesús la presencia del Dios
único y verdadero. Se cumple en estos sabios peregrinos
uno de los grandes mandatos de Dios: “Escucha, Israel, el Señor
nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con
todas tus fuerzas” (Mc. 12,28-34). “No tengas otros dioses
aparte de mí. No te inclines delante de ellos ni les rindas culto
porque YO soy el Señor tu Dios” (Ex.20,3,5)
Al ofrendarle mirra, sustancia
que se utiliza junto con otros aromas y perfumes para llevar a cabo los
ritos de la sepultura, proclaman su fe en la condición humana asumida
por el Hijo de Dios y en la altísima dignidad de toda persona
humana por haber sido creada a imagen y semejanza de Dios y por ser el
camino escogido por el Padre para llevar a cabo la redención de
la humanidad. Belén es la escuela donde los sabios de oriente descubren
la opción de Dios de llevar adelante sus designios de salvación
valiéndose de medios sencillos y pobres, privilegiando los débiles
y los pequeños (cf. 1 Co. 1,18-28)
Muy amados jóvenes, este
año la Iglesia les propone también a ustedes, con
los de Colonia y del mundo entero imitar a los sabios de Oriente quienes
después de haber encontrado al Mesías decidieron
regresar por otro camino. Ustedes bien saben que hoy como nunca muchos
ídolos quieren introducirse en sus vidas, robarles el corazón
y someterlos a su yugo. No se dejen embaucar por los falsos mercaderes
de felicidad, ni por los negociantes inescrupulosos que quieren meterle
por los ojos y por todos los sentidos fuertes dosis de sexo, droga y satanismo
con los señuelos de la música, la bebida, la moda y el fashion.
Son poderes con fuertes tentáculos y considerables recursos de
seducción y engaño con los cuales han capturado ya a muchos
muchachos y muchachas desprevenidos, solos o mal acompañados.
Cristo no ofrece
señuelos, engaños ni ilusiones. Les tiende su mano amiga,
les abre los tesoros de su evangelio, está
dispuesto a caminar con ustedes y a enseñarles a descubrir por
el camino del evangelio la auténtica libertad, el sentido de la
vida y la verdadera felicidad. Con él nunca estarán solos,
aprenderán a hacerse amigos y hermanos de los demás, a servir
con alegría y desinterés a quienes los necesiten y a luchar
con ardor por las grandes y verdaderas causas de la humanidad que reclaman
para ser emprendidas exitosamente personas fuertes, decididas, solidarias
y dispuestas a entregar su vida como Jesús. Al lado de Cristo encontrarán
siempre a su madre María. Mejor dicho ella se transformará
en una estrella radiante en sus vidas que se pondrá en camino con
ustedes para conducirlos hasta donde está su hijo Jesús
y a quedarse con él.
Dentro de unas horas nos conectaremos con Colonia
para participar en la eucaristía de clausura presidida por el Papa
Benedicto XVI y por 800 obispos y 10000 sacerdotes del mundo entero y
a la que asisten invitados de otras confesiones cristianas. Será
para nosotros la oportunidad de manifestarle al Santo Padre nuestro inmenso
amor y nuestra adhesión a su ministerio pastoral como Vicario de
Cristo y sucesor de Pedro. La eucaristía
es también el “otro camino” por donde podemos llegar
hasta Jesús y aprender cómo ser sus discípulos.
El Santo Padre Juan Pablo II, al convocar la Jornada Mundial de la Juventud,
invitó a los jóvenes a buscar al Señor en su Eucaristía
y a trabar una amistad profunda y duradera con él tomando como
modelo su presencia y entrega en tan gran sacramento.
Encienda el Señor el cielo de nuestras vidas
con la estrella de la fe. Que los que lo han encontrado se adentren más
aún en su conocimiento, que los que aún están en
camino estén atentos a los signos que indican el camino hacia Jesús,
que los que aún no se han planteado la pregunta abran su mente,
su corazón, su razón y su voluntad al único que puede
dar una respuesta profunda y definitiva a sus vidas. Que esta noche se
inicie para todos una nuevo camino de gracia y luz donde nuestras preguntas,
dudas y anhelos queden colmadas con la presencia de Jesús. Que
nuestra pastoral juvenil arquidiocesana cobre a partir de este encuentro
una nueva fuerza y que dentro del proyecto arquidiocesano de renovación
la pastoral juvenil sea una fuerza de vida y esperanza que atraiga a muchos
jóvenes hacia la Iglesia de Jesús.
Maracaibo, 20-21 de agosto de 2005
+ Ubaldo R. Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo |