MONSEÑOR
UBALDO SANTANA
Plazoleta de la Basílica, 3 de junio de 2006 |
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Amados discípulos y misioneros de Cristo Jesús: Hay tres noches en nuestro calendario cristiano en la que nos congregamos para festejar todos juntos, en familia, nuestra fe con particular exultación: la noche de Pascua, la noche de Navidad y la noche de Pentecostés. En la nochebuena celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, hecho hombre en el seno de María. En Pascua confesamos el misterio de la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo. En Pentecostés nos alegramos por el don del Espíritu Santo a los apóstoles y discípulos reunidos en torno a Maria. Cuando nos reunimos para celebrar esos tres momentos, no lo hacemos para recordar acontecimientos pasados maravillosos, para contemplar como meros espectadores las actuaciones de Dios desde fuera y desde lejos, sino para introducirnos en ellos, para hacernos protagonistas de primera línea y participar plenamente de sus efectos. Hoy es Pentecostés. Siempre es Pentecostés como lo anuncia una hermosa canción. Noche maravillosa para contemplar el cumplimiento de la promesa que repetidamente Jesús les hizo a sus discípulos antes de su pasión y muerte salvadora. He aquí sus palabras: “Es mejor para ustedes que yo me vaya. Porque si no me voy el Defensor no vendrá para estar con ustedes pero si me voy yo se lo enviaré… Yo rogaré al Padre y les dará otro Intérprete que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de verdad que procede del Padre…El les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho…Tengo muchas cosas más que decirles pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, el los guiará a toda verdad y ustedes también serán mis testigos porque han estado conmigo desde el principio” (Jn. 14, 16-17. 26; 15,26;16,7-15). Las lecturas del libro de los Hechos de los Apóstoles y del Evangelio de S. Juan nos lo acaban de contar. Juan narra que Jesús entró donde los discípulos estaban reunidos, les comunicó su paz, les mostró sus manos y su costado llagados, compartió con ellos su misión, y sopló sobre ellos diciéndoles: “Reciban el Espíritu Santo”. Nosotros proclamamos y creemos que esas promesas se han venido cumpliendo a lo largo de la historia de la Iglesia y se cumplen también esta noche en favor de nosotros. Si, mis hijos e hijas, el Señor está cumpliendo también su promesa en esta vigilia de aclamaciones, cantos y oraciones en la casa de María de Chiquinquirá,. El Señor no cesa de cumplir su palabra: “Si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡Cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan” ( Lc. 11,11-13). Que venga el Espíritu de sabiduría para que el Padre nos haga entrar como María en las entrañas de sus designios de salvación universal (cf. Mt. 11,25). Que nos envuelva el Espíritu del santo respeto de Dios, para que abandonemos toda idolatría y vivamos como pueblo santo que ama y adora a Dios Trino por encima de todas las cosas. Que nos acorace el Espíritu de fortaleza para que estemos blindados contra todas las asechanzas del enemigo, podamos mantenernos firmes contra sus engaños y estemos siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz (Cf. Ef. 6,14-20). Que nos revista el Espíritu de piedad para gritar: “ ¡Abbá, Padre!” y pasar de la esclavitud de nuestros vicios a la libertad de los hijos de Dios (Gal. 4, 4-8). Que nos habite el Espíritu de Consejo para que aprendamos a discernir lo que es recto y bueno y a encontrar gusto en las cosas de Dios (Cf. Oración Colecta). Que nos invada el Espíritu de Ciencia para que reconozcamos la gran necesidad que tenemos del Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral y no pongamos obstáculo a su puesta en marcha. Que nos engalane el Espíritu de Entendimiento para que nos pongamos bajo las banderas de Cristo y trabajemos con ardor y entusiasmo por la unidad de nuestra iglesia en torno a la espiritualidad de comunión y la santidad comunitaria. Estos siete dones simbolizan la sobreabundancia de dones que el Señor ha derramado sobre esta iglesia local desde que inició su camino, primero como parte de la diócesis de Mérida-Maracaibo, luego como Diócesis del Zulia, seguidamente como Diócesis de Maracaibo y finalmente, en 1966, hace por consiguiente cuarenta años, como arquidiócesis metropolitana de Maracaibo. Este largo y espinoso camino de crecimiento a través de pruebas, persecuciones, y desfallecimientos se encuentra perfectamente reflejado en el bicentenario de las tres parroquias matrices de nuestra ciudad: San Pedro y San Pablo, San Juan de Dios- Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y La Inmaculada Concepción-Santa Bárbara. La primera es hoy nuestra catedral metropolitana, la segunda nuestra basílica mariana y la tercera un santuario de hondo raigambre popular. Son tres señales, tres historias, tres caminos, tres fraguas ardientes donde se ha forjado, bajo un fuego de sol y de amor, la identidad cultural y religiosa de nuestro pueblo, gracias al testimonio apostólico de insignes obispos, celosos presbíteros, ardorosos misioneros, refulgentes comunidades religiosas, intrépidos laicos y laicas, santas familias cristianas. De estos altos hornos de nuestra fe han surgido acendradas devociones populares, portentosas tradiciones musicales, fuertes y perdurables lazos de hermandad y pertenencia que nos distinguen entre los demás pueblos de Venezuela y del mundo. Por eso queremos celebrar por todo lo alto este acontecimiento de fe y hemos escogido precisamente esta noche aniversaria del nacimiento de la Iglesia de Cristo para lanzar un Plan Pastoral trienal que nos integre a todos y nos haga piedras vivas de una iglesia casa, escuela y taller de comunión. Para entrar en sintonía con la Iglesia latinoamericana tomaremos como lema el tema de la Quinta Conferencia General del Episcopado latinoamericano “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan Vida” En el primer año, 2006-2007, miraremos hacia catedral y allí nuestra mirada se clavará en la imagen más preciada que nuestro templo alberga: el Santo Cristo Negro. Será el año para fortalecer nuestro conocimiento y adhesión a Jesús y para darle un nuevo impulso a esta histórica devoción. Dos momentos culminantes del año serán: en el nivel nacional la clausura de la etapa celebrativa del Concilio Plenario de Venezuela y el inicio de su aplicación; en el nivel arquidiocesano la peregrinación lacustre que emprenderemos para entregar una réplica de esta sagrada imagen a nuestros hermanos de la población sureña de Gibraltar. En el segundo año 2007-2008 nuestros pasos se dirigirán hacia la antigua ermita de San Juan de Dios, el santo hospitalario que dio albergue en su casa a nuestra madre amada. Ese año acudiremos a la escuela de María para que nos enseñe a compartir su espiritualidad y a ser discípulos en comunión eclesial. Propondremos la espiritualidad de comunión, en palabras de Juan Pablo II, “como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades” ( NMI 43). Acontecimiento central de ese año: la realización de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en la ciudad mariana de Aparecida en Brasil del 13 al 31 de mayo. El Tercer año, 2008-2009, nos daremos cita en la popular iglesia de Santa Bárbara. Será un año dedicado a los testigos de la fe de nuestra iglesia marabina, los de ayer y los de hoy, bajo el lema “Discípulos para la misión”. Nos fijaremos en los Santos Pedro y Pablo, Sebastián, Francisco de Asís, Felipe Neri, Bárbara y en los testigos de la fe de nuestros tiempos : los obispos Arturo Celestino Álvarez, Mariano Parra León, Domingo Roa Pérez; Mons. Olegario Villalobos, el Padre Luis Felipe Fernández Rojas entre otros. De ellos buscaremos aprender cómo darnos por entero a la formidable tarea de anunciar actualizadamente el Evangelio de Jesús a los hombres y mujeres de nuestra época. Durante el año celebraremos también las bodas de oro de varias parroquias de la ciudad creadas por Mons. José Alí Lebrún. Será un año eminentemente testimonial animado por la Gran Misión Continental que se pondrá en marcha en América Latina después de Aparecida y por la Misión Evangelizadora Nacional que se alimentará de los resultados del Concilio Plenario de Venezuela. Será también el año conclusivo del trienio pastoral. El broche de oro del trienio será un Congreso Mariano Nacional que se llevará a cabo en la ciudad de la Chinita. El Plan pastoral trienal será también la plataforma de lanzamiento del Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral, en su fase previa. En el primer año daremos pasos para que crezca el consenso en torno a este proyecto. En el segundo año consolidaremos los equipos diocesanos y parroquiales de animación del proyecto. En el tercer año montaremos la red que favorezca la convocación del pueblo de Dios, la participación de los bautizados en las distintas instancias de nuestra iglesia y la formación de los agentes y equipos pastorales. El segundo gran momento conclusivo del trienio pastoral será entonces, si Dios quiere, el lanzamiento gozoso de nuestro Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral y de Evangelización El Espíritu del Padre y del Hijo, el Espíritu de vida está soplando fuerte sobre nuestra Iglesia. El cumple también la promesa de Cristo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20). Nosotros sembramos y plantamos pero solo Cristo es el que fecunda y da crecimiento( Cf. 1 Co. 3, 5-7). Esta noche bendita El se manifiesta en medio de nosotros, parte para nosotros el pan, nos comunica su paz, nos muestra sus manos y su costado, nos invade con su alegría, su fuerza y su esperanza, sopla sobre nosotros su Espíritu, y nos envía. A unos concedió ser apóstoles, a otros profetas, a otros anunciar el evangelio y a otros ser pastores y maestros. Así preparó nuestro pueblo santo para un trabajo de servicio, para la edificación de su cuerpo que es la iglesia, hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios y alcancemos la edad adulta que corresponde la plena madurez de Cristo. Ya no seremos como niños que cambian fácilmente de parecer y que son arrastrados por el viento de cualquier nueva enseñanza hasta dejarse engañar por gente astuta que anda por caminos equivocados. Más bien profesando la verdad en el amor, creceremos en todo hacia Cristo y nos edificaremos en el amor(Cf. Ef. 4,11-16). Esa es la dirección. Pongámonos en ruta con Cristo, el camino para encontrar la verdad y llegar a la vida eterna (cf. Jn. 14,6). Amen Plazoleta de la Basílica,
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