MONSEÑOR
UBALDO SANTANA
HOMILIA Maracaibo 4 de junio de 2006, |
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Hodie! Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Hodie! Celebramos la hoguera de amor que el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mi…hasta los confines del mundo” (Hech. 1, 18) ¡fuego que no se apagará jamás! Hoguera incandescente, llama de amor vivo, Lámparas de fuegoEn cuyos resplandores Las profundas cavernas del sentido Que estaba oscuro y ciego Con extraños primores ¡Calor y luz dan junto a su querido! (San Juan de la Cruz) Fuego que Cristo durante su ministerio público esperaba impaciente ardiera ya en el mundo. “Yo he venido a prender fuego en el mundo y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! ( Lc. 12,49).don supremo del Padre y del Hijo, El Espíritu Santo. El Espíritu, don indispensable para poder profesar nuestra fe en el señorío de Jesucristo: “nadie puede llamar a Jesús <Señor> si no es bajo la acción del Espíritu” (1 Co. 12, 3) El Espíritu, poderoso faro de luz, espada de doble filo que penetra hasta lo más hondo de nuestras entrañas y nos introduce en la inteligencia de las Escrituras (cf. Jn. 7,39; He, 4,12). El Espíritu, soberano alfarero que modela en nosotros el perfil de Jesús, “chef”, “cordon bleu” que nos sirve el delicioso manjar de la vida eterna y nos inicia en la cata de la sabrosura de los guisos divinos. El Espíritu Santo, maestro de la sabiduría, soplo que abre nuestros oídos para que sea posible la “Lectio Divina”, rocío fecundo que transforma nuestros corazones en sementeras del Reino. El Espíritu epiclético que tras las palabras del sacerdote entra en las esencias del pan y del vino y los transforma en el cuerpo entregado y en la sangre derramada de Jesús y amasa la asamblea celebrante en su aceite de júbilo para transformarla en ofrenda permanente. El Espíritu de la parresía que nos impulsa a anunciar sin temor el misterio del crucificado resucitado en medio de tribulaciones y persecuciones y nos lanza por los caminos del mundo para que despleguemos la fantasía de la caridad. El Espíritu, ruah creadora de Dios que sopla sobre nuestros huesos secos (Cf. Ez. 37), sobre nuestros desiertos y oquedades, para transformarnos en vergeles y oasis de vida, en criaturas nuevas en un mundo reconciliado. El Espíritu Santo arquitecto, ingeniero, albañil y carpinteo, partero de Iglesia, que hace de la comunidad cristiana no una simple asociación de personas buenas y religiosas, sino familia escogida, nación santa, pueblo de su propiedad, ensamblando orgánicamente dones, servicios, funciones y carismas diversos en la unidad del Cuerpo Místico de Cristo ( Cf. Ef. 4, 11-16), El Espíritu, maestro supremo del discipulado de Jesús, que nos impulsa en el seguimiento cotidiano del Señor, infundiendo en las venas de nuestra existencia la savia divina de la libertad de los hijos e hijas de Dios. El Espíritu Santo, manantial de agua viva que brota del costado abierto de Cristo crucificado, fuente inagotable de santidad, río medicinal a orilla del cual crece el árbol de la vida, que da fruto en abundancia y cuyas hojas sanan el odio, la guerra, la desigualdad y la discriminación entre las naciones (Cf. Ap.22,1-5). El Espíritu, sorpresa permanente de Dios, brisa suave e imprevisible, que sopla por donde quiere y aunque se oiga su paso, no se sabe de donde viene ni adonde va, que nos precede en todo lo que hacemos, nos acompaña y nos acompasa a su ritmo para que Dios realice en nosotros toda su obra. El Espíritu Santo, empleador y formador de los operarios que el Dueño de la viña necesita para recoger la mies abundante, los frutos exquisitos de su viña, los higos maduros que han llegado a sazón. El que hace fructuoso todos nuestros esfuerzos en nuestra peregrinación cristiana de cada día. Esta es la fiesta del Espíritu que hoy nosotros compartimos en este templo del Santísimo Cristo. Pentecostés. Es un misterio porque lo que aconteció ayer sigue aconteciendo hoy –hodie - en la Iglesia. Cuenta el Evangelista Lucas que en el primer Pentecostés los discípulos de Jesús, quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4ª). Desde entonces no hay otro modo de ser discípulos de Cristo, que el de quedar llenos de su Espíritu para dar testimonio de su presencia viva y de su salvación. Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito solamente en una línea! ¡Quedar llenos del Espíritu Santo! Decir que los discípulos “quedamos llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios nos llena de su Espíritu Santo es afirmar una cosa inaudita, prácticamente inconcebible; es como decir, con todas las proporciones del caso, que la represa de Guri se convierte en una inmensa catarata que se vacía directamente en cada uno de nuestros pequeños jagüeyes caseros. Por el don del Espíritu Santo ese enorme e infinito reservorio de amor y de vida que es la comunidad trinitaria se vacía en los pequeños recipientes de nuestros corazones. Quedar llenos del Espíritu es ser propagadores del incendio de amor del Espíritu en el mundo. Eso es lo que le pedía el gran misionero Antonio Ma. Claret a sus discípulos: el sacerdote es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor…Aquel que tiene celo desea y procura, por todos los medios posibles, que Dios sea siempre más conocido, amado y servido en esta vida y en la otra, puesto que este sagrado amor no tiene ningún límite.”. Nuestros seminarios han de ser altos hornos donde se fragüen almas sacerdotales de este temple. Este perfil es el que tiene que condicionar todos los demás. Nuestros seminarios han de llegar a ser escuelas donde se formen discípulos y misioneros de Jesucristo, es decir donde todos los que conforman la comunidad cristiana llamada seminario, formadores, profesores, estudiantes, personal administrativo y obrero, encuentren el ambiente, el espacio, los recursos y el tiempo para vivir intensa y condensadamente la experiencia discipular que luego transmitirán a sus hermanos. La experiencia de ser amados por Dios en Cristo Jesús, es una experiencia verdaderamente transformante, que deja en estado de incandescencia para toda la vida. Para poder quedar llenos del Espíritu Santo es menester preparar odres nuevos. “A vino nuevo odres nuevos” (Mc. 2, 22). Se trata de una acción purificadora y ascética que hay que emprender con el mayor empeño y para la cual se necesita la máxima colaboración de los candidatos al sacerdocio con la gracia divina, con las orientaciones de los maestros espirituales y la disciplina de la vida comunitaria. Formarse y dejarse formar exige sacrificios, pruebas, fidelidad y apertura de corazón. Solo después de purificarnos pasándonos por el crisol de la cruz del Hijo, quedan listas nuestras barricas para que Dios vierta en ellas el embriagante vino de las bodas de Dios con la humanidad. Ministros santos llenos del Espíritu Santo. Esos son los sacerdotes que el pueblo de Dios está esperando encontrar en estos tiempos de incertidumbre, de confusión, de predominio de la corrupción y de la violencia en todas sus formas. Los laicos bajan audazmente a la arena de la acción política, económica y social no necesitan contar a su lado con curas políticos, economistas o sociólogos. Necesitan hombres de Dios, que les ayuden a mantenerse claros, firmes y bien anclados en la fe; necesitan maestros espirituales que les ayuden a discernir entre tantas opciones cual es la que se compagina mejor con los principios del evangelio. Necesitan hombres santificadores que los pongan en contacto directo con la vida divina a través de los sacramentos. Necesitan hombres orantes y maestros de oración que les enseñen con el ejemplo la primacía del primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma, con todo tu espíritu, con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo” Hombres del amor de Dios en un mundo donde se siembra tanto odio; servidores del perdón de Dios en sociedades divididas, confrontadas y excluyentes; pregoneros incansables de la misericordia de Dios en medio de tantas anticulturas de la muerte. Artífices de paz interior, resolutores de conflictos, sembradores de culturas de paz y de concordia. Signos vivos y concretos del amor de Dios para que la palabra no se vuelva un concepto vacío y ausente de los laboratorios donde se construye la sociedad del mañana. Esta inefable experiencia de la presencia transformante del Espíritu la vivimos en esta eucaristía. Es el Espíritu que transforma nuestra congregación en una asamblea celebrante. Es el Espíritu quien nos abre a la inteligencia de la Escritura y nos da acceso al mensaje salvífico contenido en la Palabra Proclamada. Es gracias al Espíritu que podemos proclamar nuestra fe trinitaria y eclesial. Es el Espíritu quien transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús. Es el Espíritu que nos hace hijos y nos permite dirigirnos a Dios con la dulce palabra de “Abbá”, Padre. Es el Espíritu quien nos envía al final de la misa como testigos de la presencia viva de Jesús entre nosotros y en el mundo. Es el Espíritu quien nos habita y nos impulsa para que actuemos en todo momento el mandamiento del amor. Sin mi no pueden hacer nada, nos dijo el Señor. Sin su Espíritu de amor igualmente nada podemos hacer. Ven Espíritu Santo, Maracaibo 4 de junio de 2006,
+ Ubaldo R. Santana Sequera
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