La larga y oscura noche que se inició en el del Jardín de Getsemaní sacó a la luz muchas conductas en el grupo de discípulos de Jesús. Se supo por qué Judas se había retirado sigilosamente de la cena la noche anterior: ¡era un traidor! Pedro resultó un ser contradictorio que no dudó en agredir con la espada para defender a su Maestro pero más tarde negó conocerlo y pertenecer a los suyos. Los otros diez que el Señor había escogido para que “estuvieran con él” se escabulleron y lo dejaron solo en el peor momento. En el frontispicio del relato de la Pasión el evangelista Juan colocó está frase: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). ¡Esos extremos de amor abarcan todas las infidelidades que ocurrirían en la historia de sus discípulos! Amó hasta el extremo del abandono, de la soledad, de la traición!
La publicación de los abusos cometidos hace 30 años atrás por clérigos contra menores de edad ha desatado un despiadado ataque contra los pastores de la Iglesia católica y particularmente contra la figura del Papa Benedicto XVI. Estas conductas personales ciertamente muy escandalosas están siendo utilizadas como pretexto por muchas personas que adversan a la Iglesia, para atacarla en su conjunto, como institución, ensañándose de forma particular en la figura del Papa. Como católicos y pastores no podemos quedarnos callados porque es un ataque injusto y fuera de lugar. ¿Qué respuesta tenemos que dar los cristianos? Solo a la luz de la fe podemos entenderlo y superarlo.
Antes de elegir a sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche, pero, a pesar de todo, uno de los elegidos fue un traidor. Compartió los tres años de ministerio con Jesús hasta la última cena pero al final permitió que Satanás entrara en él. Por su traición Jesús fue arrestado, crucificado y ejecutado. Primera lección: ¡A veces los elegidos de Dios lo traicionan! La Iglesia primitiva de Jerusalén, guiada por el Espíritu Santo, supo enfrentar positivamente el problema. Si se hubiera centrado en el escándalo causado por Judas se habría acabado allí mismo, antes de comenzar. Pero no lo hicieron así: subsanaron la herida, se centraron en los otros once y la Iglesia del Señor siguió creciendo hasta extenderse por todo el imperio romano y conquistar su capital.
Hoy confrontamos una situación parecida. Podemos dejarnos envolver por el escándalo, centrarnos en los clérigos que fueron infieles a su vocación y abusaron de menores puestos bajo su cuidado. Es un camino destructivo. Pero también, como la primera comunidad-madre de Jerusalén, podemos por un lado asumir tan triste realidad y por otro enfocar nuestra atención en todos los demás, en los que han permanecido fieles, que son la gran mayoría, en esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo. Los medios de comunicación social casi nunca prestan atención a los buenos "once", a que permanecieron fieles, que vivieron una vida de silenciosa santidad hasta el final. El bien no es noticia. ¡Prefieren el punto negro en el mantel blanco! Yo les invito, mis queridos hermanos, a abordar este terrible y doloroso escándalo bajo una perspectiva diferente y a no caer en la trampa de la desesperación autodestructiva.
El escándalo desafortunadamente no es algo nuevo para la Iglesia católica. Al inicio del nuevo milenio el Papa Juan Pablo II pidió perdón por todos ellos. Hubo muchas épocas en la historia de la Iglesia peores que la actual; pero en cada uno de esos momentos de oscuridad la luz de Cristo brilló intensamente.
Al inicio del siglo XIII el Papa abandonó su sede en Roma y se refugiaron en Avignon. Surgieron dos santas mujeres, Brígida de Suecia y Catalina de Siena que lo convencieron de abandonar el miedo y de volver al Vaticano.. La Reforma Protestante promovida por Martín Lutero no fue causada principalmente por posiciones doctrinales -aunque aparecieron después- sino por problemas morales. La relajación moral de los pastores de la Iglesia empezando por el propio Papa era muy grande y escandalosa. Martín Lutero después de visitar Roma y su propia tierra alemana se preguntaba cómo Dios podía permitir que personajes tan malos estuvieran a la cabeza de la Iglesia. Cundía también la inmoralidad entre los fieles laicos. Lutero se escandalizó por tantas conductas desenfrenadas, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios pero en vez de atacar el mal desde dentro decidió abandonar la barca de Pedro y fundar la Iglesia reformada.
San Francisco de Sales actuó de otro modo, desde dentro. Cuando fue nombrado obispo de Ginebra puso en riesgo su vida, recorriendo la Suiza, mayoritariamente calvinista, predicando el Evangelio con su propio testimonio de verdad y de amor. Recibió muchos rechazos. Muchas veces fue golpeado y dejado por muerto en el camino. Un día le preguntaron cuál era su postura en relación al escándalo que causaban tantos de sus hermanos presbíteros y obispos. Su respuesta sigue siendo de gran iluminación para nosotros. Dijo: "Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo ejemplo". Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: "Pero yo estoy aquí entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo -los que permiten que los escándalos destruyan su fe-, son culpables de suicidio espiritual al cortar de tajo su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía”
Otro gran santo que vivió en tiempos particularmente difíciles también nos dejó una luminosa enseñanza. Francisco de Asís vivió alrededor del año 1200, época de inmoralidad terrible en Italia central. Los sacerdotes daban ejemplos espantosos. Los laicos no se quedaban atrás. San Francisco mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de vivir. Pero se convirtió al Señor, fundó la Orden de los Frailes Menores Conventuales, entregó su vida para reconstruir la Iglesia. Una vez, uno de los hermanos de la Orden, muy sensible ante los escándalos causados por los ministros ordenados, le hizo una pregunta. "Hermano Francisco, ¿qué harías tu si supieras que el sacerdote que está celebrando la Misa tiene tres concubinas a su lado?" Francisco, sin dudar un sólo instante, le dijo muy despacio:"Cuando llegara la hora de la Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas de ese sacerdote”.
¿Qué quiso decir Francisco? Quiso dejar en claro una verdad formidable de la fe cristiana. No importa cuán pecador pueda ser un sacerdote; si celebra la misa y absuelve los pecados con la intención de hacer lo que hace la Iglesia - es Cristo mismo quien actúa a través de su ministerio. Ya sea que la misa la presida el Papa o un sacerdote condenado a muerte por asesinato, en ambos casos, es Cristo mismo quien actúa y nos da a través de ellos su cuerpo y su sangre.
Lo que debe quedar claro de la respuesta de San Francisco de Asís es que Cristo puede seguir actuando y de hecho actúa incluso a través del más pecador de los sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que así es! Si siempre tuviéramos que depender de la santidad personal del sacerdote para recibir la gracia divina que nos salva estaríamos en graves problemas. La santidad del ministro ayuda mucho a crecer en la fe pero su conducta de vida no condiciona la eficacia de la gracia.
”La santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio del propio ministerio; pues si es cierto que la gracia de Dios puede llevar a cabo la obra de salvación aún por medio de ministros indignos, de ley ordinaria, sin embargo. Dios prefiere mostrar sus maravillas por obra de quienes pueden decir con el Apóstol: pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Concilio Vaticano II, Decreto sobre el Orden de los Presbíteros No 12)
Los sacerdotes son elegidos por Dios “de entre los hombres para representarlos delante de Dios…y como están sujetos a las debilidades humanas, pueden tener compasión de los ignorantes y de los extraviados” (cf. He 5,1-3)). Son tentados como cualquier ser humano y caen en pecado como cualquier ser humano y tienen que arrepentirse y confesarse como cualquier cristiano. Jesús sabía desde el principio de la debilidad de sus elegidos. De los doce uno lo traicionó, otro lo renegó y los diez restantes lo abandonaron cuando fue arrestado. Lo que debe quedar claro, hermanos, entre nosotros, es que el Señor hizo los sacramentos esencialmente "a prueba de la indignidad y del pecado de sus sacerdotes". Eso significa como enseña San Pablo “que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia” (Rom 5,20). Jesús sabía perfectamente que estaba colocando en manos de ministros pecadores la administración de los sacramentos de salvación. No son los ministros que salvan. Es Cristo quien salva. ¿No actuó acaso a través del mismo Judas cuando éste apóstol en su nombre expulsó a los demonios y curó a los enfermos?
Dicho todo esto, les pregunto: ¿Cuál debe ser entonces la respuesta de la Iglesia ante estos actos inmorales cometido por sacerdotes? Tiene que cuidar mucho más la selección de los candidatos al sacerdocio para asegurarse de que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado. Absolutamente. Tiene que actuar con mayor transparencia y decisión cuando le reporten esos delitos y tomar las medidas pertinentes. Por supuesto. En la mentalidad de los años cincuenta quizá se cometió el error de buscar proteger más la institución eclesiástica que la de defender la dignidad de las víctimas pero hoy la visión ha cambiado.
Pero como miembros de la Iglesia tenemos que ir aún más allá ¡La verdadera respuesta a estos terribles escándalos, -como San Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos lo han reconocido en cada siglo-, es convertirnos de corazón, cambiar de mentalidad, abandonar los caminos de la maldad para acercarnos todos más a Dios ¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia es una crisis que la tiene que llevar hacia un mayor compromiso con la santidad! La santidad es crucial, porque es el rostro autentico de la Iglesia. La santidad y el amar como Jesucristo hasta el extremo son las dos vocaciones de la Iglesia.
Todos conocemos a personas que buscan escudarse detrás de los malos ejemplos de los ministros y los usan como percheros para colgar los guantes, dejar la práctica religiosa e incluso pasarse a otra agrupación. No faltan y ustedes las habrán incluso oído aquellas personas que dicen: "¿Para qué ir a misa o confesarse? ¡Todos los curas son iguales! Los malos ejemplos de algunos ministros no son excusa para no cumplir con los mandamientos de la ley de Dios. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de Dios y del cielo? Absolutamente. ¡Pero no solo ellos! Los bautizados tienen que hacerlo. Todos tenemos la obligación de ayudarnos a cumplir con nuestra común vocación a la santidad. La crisis será saludable si la acogemos como una campanada de alerta para que despertemos y renovemos nuestra fe. El capítulo cinco del evangelio de San Mateo ha sido escrito para todos los discípulos de Jesús y para todas las personas que buscan vivir rectamente. En la Iglesia todos nos necesitamos. El Señor nos enseñó a practicar la corrección fraterna cuando un miembro de la comunidad está actuando mal (Cf Mt 18,15-35)
Estos son tiempos duros para seguir la vocación al sacerdocio ministerial. Una sociedad hipócrita y permisiva los quiere crucificar. Sectores sociales imbuidos de secularismo pagano promueven la eliminación de embriones, el sexo libre desde la adolescencia, la pornografía infantil, la libre distribución de condones y anticonceptivos pero no dudan en ponerse su máscara de censora moral para apedrear no solamente a personas que han cometido delitos sino a la misma institución a la que pertenecen. Nos toca, hermanos, convertirnos de nuestros pecados. “Busquen, recomienda el apóstol, su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo. Porque no estamos luchando contra poderes humanos sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea” (Ef. 6,10-129. Tales pruebas vividas en la fe nos han de purificar y de unir más intensamente a la pasión de nuestro Señor.
Hubo un tiempo en que la Iglesia y sus ministros era respetada. Pero ya no es así. ¡Gracias a Dios! Porque una Iglesia alabada, elogiada, ensalzada, premiada por las sociedades y poderes de turno no es la verdadera Iglesia de Jesucristo. .Decía una vez un gran predicador que hasta los cadáveres pueden flotar siguiendo la corriente, "pero para nadar a contra corriente y mantenerse firmemente asidos al árbol de la cruz se necesita la fortaleza del crucificado.
Estamos pasando por tiempo difíciles pero no nos desesperemos porque la barca de Pedro no se hundirá. Una vez el emperador francés Napoleón, en la cumbre de su poder, le espetó al Cardenal Consalvi: "Voy a destruir su Iglesia" El Cardenal le contestó: "¡No, no podrá"! Napoleón, embutido en su ambición y su orgullo, repitió: "¡Voy a destruir su Iglesia!" El Cardenal se mantuvo firme: "¡No, no podrá! Porque ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!" Si miles de ministros infieles y de fieles pecadores no han podido destruirla desde su interior ¿cómo cree Ud. que lo va a poder hacer desde fuera?
El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá que su Iglesia naufrague. El prometió que las puertas del infierno no prevalecerían nunca sobre ella(Cf Mt 16,18).La barca de Pedro, la Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el cielo, nunca naufragará, no porque aquellos que la conducen no cometan todos los pecados posibles para hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, la mantendrá firme en medio de las peores tempestades.
Si nos vemos tentados de desconfiar de nuestros ministros acordémonos que nuestra fe no está puesta en hombres sino en Dios.¡ Nunca perdamos la confianza en el Señor! ¡Es su Iglesia! aún cuando algunos de sus elegidos la hayan traicionado. Cuando se acerquen para recibir la absolución sacramental o el cuerpo de Cristo de las manos ungidas de un sacerdote oren por él para que el Señor que lo eligió lo llene de santidad.
Sin duda alguna es importante que introduzcamos correctivos en la Iglesia para evitar que haya ministros suyos que sigan haciendo daño a menores. Pero también es urgente que la sociedad venezolana cuente con sacerdotes sólidos en la fe y llenos de ardor apostólico. La sociedad venezolana necesita renovarse en profundidad para aprender a ser más tolerante, menos agresiva, más respetuosa de la dignidad y del valor de cada persona humana. La renovación de nuestro país pasa por la renovación de nuestra fe y la expulsión de nuestras vidas de tantos ídolos y supersticiones que nos han alejado del verdadero Dios.
Jesús alcanzó su victoria en el horrible tormento de la cruz para que no haya ninguna dificultad, peligro, dolor, sufrimiento que nos aleje de Dios sino que se convierta más bien en camino de redención. Si vivimos esta dolorosa situación desde la cruz de Cristo también sobre ella se verterá su sangre redentora
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