mons. Santana

MONSEÑOR UBALDO SANTANA
Arzobispo de Maracaibo, Venezuela

HOMILÍA DE LA MISA CRISMAL 2011

Amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús, presentes y conectados con nosotros por la radio o la televisión

La misa crismal es la más hermosa y concentrada expresión de la Iglesia una, santa, católica y apostólica que se congrega en Maracaibo en torno a su obispo y a su corona presbiteral y diaconal. Es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo y un signo de la unión estrecha de sus sacerdotes con él. Está centrada en la bendición y consagración de los óleos y en la renovación de las promesas sacerdotales. En el contexto de esta liturgia se hace también entrega de la Colecta de la Campaña Compartir.

A todos ustedes, hermanos sacerdotes presentes, que en virtud de una gracia especial y por una entrega singular a Nuestro Salvador, soportan el “pondus diei et aestum”, el peso del día y el calor (Cf Mt 20,12), les expreso mi admiración, mi cariño y mi gran respeto. Tengo en mente a los que por diversas causas no vinieron, a los estudiantes en el extranjero, a los enfermos, a los que salieron del redil, a los que abandonaron el ministerio, a los que fueron llamados recientemente a la casa del Padre: los Padres Gustavo Hergueta, Jaime Quijano, Nolberto López, José De Luis e Idírimo Barboza.

Mi mirada y mi recuerdo agradecido se extiende a la pléyade de grandes y abnegados presbíteros que contribuyeron en la edificación de esta Iglesia local desde su fundación, al lado de sus obispos: hombres de Dios como Joaquín Piña, Luis de Vicente, Luis Felipe Fernández Rojas, Helímenas Añez, Antonio Ma. Soto, Jesús Ma. Zuleta, Roberto Acedo, Olegario Villalobos y más recientemente Jesús Galeano y Juan Martínez, todos ellos piedras sillares de nuestra Iglesia local. Bendecimos al Señor especialmente por la vida y el testimonio episcopal de Mons. Mariano Parra León, fogoso y valiente pastor de esta tierra zuliana y Obispo de Cumaná, en el centenario de su nacimiento (1911-2011).

Saludo con especial afecto a los sacerdotes venidos de otras Iglesias locales, a los Niños Cantores de Villa de Cura, La Victoria, Lara, Fundación Santa Cecilia y a los del Zulia, reunidos en estos días en Maracaibo en el Primer Congreso de Pueri Cantores de Venezuela y que clausuran sus actuaciones asumiendo la Capilla Musical de nuestra celebración eucarística; a los Legionarios de Cristo, los Padres Escolapios, los Legionarios de María, a la Comunidad “Jesús es Señor”, a la Asociación Lazos de Amor Mariano, que han venido a misionar en estos días santos nuestro territorio arquidiocesano. Bienvenidos todos. Tengamos una oración especial por el Sr. Patrick Kelly, papá del Padre Jaime Kelly que falleció antenoche en Irlanda.

LOS SANTOS OLEOS

Dios ha querido salvarnos y santificarnos por medio de realidades materiales, a través de dones de la creación que El transforma en instrumentos para salir a nuestro encuentro e introducirnos en su comunión de amor. En su homilía de la misa crismal del año pasado el Santo Padre Benedicto XVI, a quien rendimos ferviente homenaje al arribar hoy felizmente al VI aniversario de su pontificado, señala que son principalmente cuatro esos elementos: el agua, el pan de trigo, el vino y el aceite. El agua, elemento fundamental de toda vida humana, es el signo esencial del acto por el que nos convertimos en cristianos en el bautismo y es la gran puerta por donde todos nacemos a una vida nueva. Es uno de los signos centrales de la Vigilia Pascual.

Los otros tres, el pan, el aceite y el vino pertenecen a la cultura y al ambiente mediterráneo donde vivió Jesús con su familia y sus discípulos y luego se desarrolló el cristianismo. Son elementos de la creación pero también remiten a una dimensión fundamental de nuestra fe: el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros en un momento y lugar precisos de la historia. El pan y el vino son materia prima que la Iglesia, fiel a su Señor, utiliza en cada celebración eucarística.

El aceite de oliva es alimento, medicina, embellece, prepara para la lucha y da vigor. En el AT los reyes y profetas son ungidos con óleo, signo de la dignidad, de la responsabilidad y de la fuerza que Dios les comunica. “El misterio del aceite, comenta hermosamente el Papa, está presente en nuestro nombre de “cristianos”. En efecto, la palabra “cristianos”, con la que se designaba a los discípulos de Cristo ya desde el comienzo de la Iglesia…viene de la palabra “Cristo” (cf. Hch 11,20-21), que es la traducción griega de la palabra “Mesías”, que significa “Ungido”. Los cristianos podemos decir que procedemos de Cristo, pertenecemos a Cristo, al Ungido de Dios, a Aquel al que Dios ha dado la realeza y el sacerdocio.

En todas las misas crísmales que se celebran hoy o el jueves santo en el mundo, el Obispo, reunido en la catedral con su presbiterio y el pueblo fiel, venido de todas las comunidades de la diócesis, bendice los santos óleos para todo el año. Así, queda expresada también “la unidad de la Iglesia, garantizada por el Episcopado, y remiten a Cristo, el verdadero «pastor y guardián de nuestras almas», como lo llama san Pedro” (cf. 1 P 2,25).

La Iglesia utiliza el óleo en cuatro sacramentos como signos de la bondad y de la misericordia de Dios que llega hasta nosotros: en el bautismo, en la confirmación, en los diversos grados del sacramento del orden y, finalmente, en la unción de los enfermos. “De este modo, el óleo, en sus diversas formas, nos acompaña durante toda la vida: comenzando por el catecumenado y el bautismo hasta el momento en el que nos preparamos para el encuentro con Dios Juez y Salvador” (Ibíd.).

Esta misa toma su nombre de la consagración de uno de los óleos: el santo crisma. Es un óleo relacionado de modo particular con el sacerdocio de Cristo. Lo reciben los bautizados como signo de participación en el sacerdocio común de los fieles. Lo reciben los sacerdotes en el momento de su ordenación presbiteral o episcopal para ser configurados en distintos grados con Cristo, cabeza y pastor, para colocarse al servicio del sacerdocio bautismal del pueblo de Dios

JUAN PABLO II DE LA MISERICORDIA

¿Cómo no traer hoy a la mente de todos, la amada figura del papa Juan Pablo II, el único Papa en la historia que ha visitado Maracaibo, que será beatificado el próximo primero de mayo por el Santo Padre Benedicto XVI en Roma? Esta fecha tiene una especial significación porque coincide con el segundo domingo de pascua que el Papa Wojtyla declaró como el “domingo de la misericordia”. La palabra Óleo derivada de la palabra griega “elaion”, aceite, está unida también a la palabra griega “eleos” que significa misericordia.

El mensaje recibido de Jesús por Santa María Faustina Kovalska y al que el Papa Juan Pablo le dio proyección universal y pascual, se transforma para nosotros en el Zulia y en Venezuela en una misión de acuciante actualidad: la de formar discípulos de Cristo, samaritanos de la misericordia. Narra el libro del Génesis que después del diluvio apareció una paloma portando un ramo de olivos; después de su muerte en cruz, diluvio de amor que sepultó toda la ignominia del pecado, apareció Jesús, florecidas sus llagas gloriosas con el olivo de la paz, entregándoles a sus discípulos su primer mensaje del hombre nuevo Resucitado: “La paz esté con ustedes”.

En el diálogo que el Obispo entabla con sus presbíteros en el momento de la renovación de las promesas sacerdotales, les pregunta si quieren unirse más fuertemente a Cristo y configurarse con él renunciando a sí mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes ministeriales que por amor a Cristo aceptaron para el servicio de la Iglesia. Entre esos deberes primordiales está el de ser canales vivientes de la misericordia divina, portadores del ramo de olivo del perdón, de la reconciliación y de la paz particularmente en los sacramentos de la confesión y de la unción de los enfermos.

Cristo que nos amó hasta el extremo (Cf Jn 13,1) de la cruz para liberarnos por su sangre preciosa y sus llagas sagradas de la peor de las esclavitudes, la esclavitud del pecado, nos ha convertido desde el momento mismo de nuestra ordenación, en sacramentos vivos de la compasión divina. ¡Cuánta falta hace que prolonguemos y encarnemos la misericordia divina en un mundo lacerado por inmisericordias y triturado por incontables intolerancias: destrucción masiva de seres humanos en el vientre de sus madres, actos terroristas que causan estragos en poblaciones civiles inocentes, persecuciones contra las minorías religiosas, sabotajes de la sana convivencia en pluralismo ético, político y cultural!

Con la unción crismal para el sacerdocio recibimos el encargo de ser portadores de la misericordia de Dios a un mundo hambriento y sediento de misericordia. Millones de seres humanos yacen heridos en la cuneta de la vida esperando al buen samaritano que se baje de su cabalgadura, se acerque y les cure las heridas con el bálsamo de la ternura compasiva. ¡Nunca debería faltar en las lámparas de nuestros ministerios el aceite de la misericordia para aliviar a las madres afligidas por el asesinato de sus hijos, para desactivar la violencia que ciega tantas vidas jóvenes en las cárceles, para exorcizar el miedo que atenaza los corazones ante los desastres naturales, para decir una palabra de consuelo y de ánimo a tanta gente abatida por el flagelo de la pobreza!

En esta misa crismal, amados presbíteros, se nos da la gracia de renovar tanto personal como colegialmente, el “” pleno e incondicional al Señor Jesús, que, sin mérito de nuestra parte, nos eligió; a nuestra Iglesia arquidiocesana en la que estamos incardinados; a nuestro pueblo amado que con María de Chiquinquirá, ama, lucha, canta y ora. ¡Qué bello es ver llegar, en medio de tantas montañas de aflicción, a un mensajero de Jesús, a un hijo de la Chinita que con su vida abnegada trae el mensaje de la paz!

EL AÑO DE LA MISERICORDIA

En este año que forma parte del camino de nuestro proyecto de renovación pastoral, le daremos un relieve particular al mensaje que trasmite la imagen de la Divina Misericordia en su recorrido desde hace 7 años en Nueva Lucha, Mara, y desde hace 14 años por las calles de Maracaibo. Por eso en todo el territorio arquidiocesano celebraremos el año de la misericordia.

Les invito, mis hermanos sacerdotes, a confiar en el poder más grande del amor que mana del costado abierto del crucificado para ser hombres de paz y de reconciliación. Les exhorto a darle un espacio prioritario a la formación de discípulos misioneros de Jesús, portadores de paz. Jesús de la misericordia como en la tarde de su resurrección nos apremia a experimentar una más intensa vivencia de nuestra fraternidad y a anunciar que “Cristo no triunfa por medio de la espada, sino por medio de la cruz” (Ibíd.). Vence superando el odio con el amor, el mal a fuerza de bien.

Llevemos con orgullo en nuestras alcuzas de barro, el aceite de Cristo que nunca se acaba. El aceite que nos fortalece para la lucha. El aceite de júbilo. El salmo 45, aplicable tanto a Cristo como a todos sus discípulos, nos trasmite este mensaje: «Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros» (v.8).

El aceite de júbilo es el don del Espíritu Santo que procede de Dios. Es el que se derramó sobre Cristo Jesús en la sinagoga de Nazaret al leer al profeta Isaías. Es el que lo ungió para “anunciar la buena noticia a los pobres, para proclamar la liberación de los cautivos, dar la vista a los ciegos, libertar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Ese es el júbilo (Cf Lc 10,21-22) que llena el cielo y la tierra, del cual Jesús nos invita a ser pregoneros, buscando la oveja perdida, devolviéndoles la dignidad a las personas maltratadas y acogiendo con un abrazo fraterno a los pródigos que regresan convertidos  a la casa (Cf Luc. 15). Ese es el camino que queremos abrir en nuestras parroquias, rectorías e instituciones educativas con la peregrinación de la imagen de Jesús de la Misericordia. “Acojamos su misericordia. Construyamos fraternidad”.   No puede ser otro el motivo de gozo y de júbilo de un sacerdote de Cristo. Esta fuerza de la caridad la queremos expresar también mediante la presentación de la Colecta de la Campaña Compartir, que nos permitirá este año “compartir” con las víctimas de las lluvias e inundaciones en Venezuela y más particularmente con las centenares de familias afectadas de la Guajira a través de Cáritas Maracaibo.

EL CAM 4 ESTA EN MARCHA

Nuestra arquidiócesis ha adquirido un compromiso misionero de grandes dimensiones al haber sido designada por la Conferencia Episcopal de Venezuela y las Obras Misionales Pontificias de América como sede del 4º Congreso Americano Misionero (CAM4) en el 2013. La preparación de este evento ya está en marcha. La coordinan Mons. Oswaldo Azuaje en el nivel nacional y el Pbro. José Rafael Romero en el nivel regional. Pero no se podrá preparar ni menos llevar a cabo sino con el esfuerzo mancomunado de todos nosotros.

Un rol especial le corresponde a ustedes, hermanos párrocos, rectores y vicarios parroquiales; a ustedes coordinadores pastorales de las escuelas; a ustedes directores de los Secretariados Arquidiocesanos; a ustedes directivos de los movimientos y asociaciones apostólicas; a ustedes religiosos y religiosas y consagrados seculares.

Nuestras parroquias, rectorías, escuelas, comunidades y movimientos serán los anfitriones de este gran acontecimiento eclesial y deben salir gananciosos y fortalecidos, con una profunda e imborrable impronta de identidad misionera. Preparémonos bien a acoger a los misioneros de América. Impregnémonos del espíritu misionero que nos van a traer. Dejémonos arrastrar por el ventarrón pentecostal que va a sacudir las jambas de nuestras existencias y organizaciones. ¡Que penetre, por nuestras ventanas abiertas, el soplo renovador de la Misión Continental, de Aparecida y del Concilio Plenario de Venezuela!

¡Que el paso del Espíritu que todo lo crea y todo lo renueva  fecunde las raíces de nuestras personas y comunidades con aquella savia que corrió por las venas de los apóstoles, de los grandes evangelizadores, de los obispos, frailes y curas doctrineros venidos de allende los mares para traernos a Cristo! Una iglesia misionera es una iglesia que envía, que entrega lo mejor de sí para que otros conozcan el evangelio de salvación. En Venezuela se viene dando, cada vez más, la entrega de sacerdotes, religiosas y laicos a un servicio misionero en otras iglesias y en otros países y continentes. Esta “missio ad gentes”, envío misionero a otros pueblos, tiene que crecer y adquirir carta de ciudadanía en esta Iglesia de Maracaibo.

Necesitamos toda esa fuerza renovadora para superar el cerco de sospecha anticlerical, inflado por ciertos medios nacionales e internacionales, que se ha ido levantando en torno a nosotros los clérigos en general debido a los escándalos y anti testimonios de algunos sacerdotes. Conductas inaceptables que constituyen una pesada cruz y una espada de dolor para la iglesia y nos llaman a velar, a estar alertas, a orar, a buscar la comunión, la fraternidad y la ayuda de nuestras feligresías. Gracias a Dios es mucho mayor el número de sacerdotes fieles que viven con entrega generosa y alegría contagiosa su identidad propia y su vocación misionera.

JESUCRISTO NOS INVITA A ESTAR CON EL

Me dirijo, finalmente, a ustedes jóvenes que tienen la mira puesta en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid y a los candidatos que se preparan en el seminario y en las casas religiosas para el sacerdocio y la vida consagrada. Escuchen siempre la voz de Jesucristo que les invita a ser “su presencia” en medio de los hombres. Sean generosos y valientes en sus respuestas. No olviden que, una vez puestas las manos en el arado, no hay que mirar atrás, el evangelio siempre es exigente. Siempre hay que mirar adelante con ánimo renovado y fidelidad al llamado de Dios.

En esta fiesta de la comunión diocesana damos gracias a Dios por habernos ungido un día y habernos marcado para siempre con el óleo consagrado; por habernos alcanzado con su bondad creadora y recreadora y habernos sumergido para siempre en el bautismo amoroso de su Hijo Redentor; por sentarnos una vez más a su mesa y servirnos su cuerpo y su sangre. Que al participar de su sacrificio “su júbilo nos invada cada vez más profundamente y que seamos capaces de llevarlo nuevamente a un mundo que necesita urgentemente el gozo que nace de la verdad”

La pasión y la resurrección de Cristo exigen testigos que la anuncien, la celebren y la vivan. Que la santísima Virgen María nos ayude en estos días de Semana Santa a compenetrarnos con su Hijo, a seguirle en su Pasión hasta el final para transformarnos como ella en testigos ardientes y convincentes de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros.

Catedral metropolitana de Maracaibo 19 de abril de 2011

+Ubaldo R. Santana Sequera
  Arzobispo de Maracaibo

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