¿Qué significa que Dios nos envía como corderos en medio de lobos?

Esta frase que, ciertamente asusta, la dijo Jesucristo cuando envió a sus 72 discípulos, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares donde pensaba ir (cf. Lc. 10, 1-20). Y hoy nos lo dice a nosotros también, si hemos de responder a su llamada a evangelizar y si hemos de responder a la llamada que nos hizo el Papa Juan Pablo II a realizar una "Nueva Evangelización".

Y, al decirle a sus discípulos que los envía “como corderos en medio de lobos”, parece anunciarles peligros serios. Podemos pensar qué puede suceder cuando algunos pobres corderitos se encuentran ante una manada de lobos feroces. La imagen es fuerte. Pero sucede que los corderos, sus 72 discípulos, deben confiar no en su propia fuerza, sino en el poder de Dios.

Esto es tan así, que además les da instrucciones muy precisas de que no lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias. O sea, los envía también aparentemente desprovistos de todo lo necesario desde el punto de vista humano.

¿Y qué les sucedió? ¿Qué relatan los discípulos al regresar de la misión? Estaban ¡impresionados! de lo que había sucedido. “Llenos de alegría” -nos dice el Evangelio- contaron a Jesús: “Señor, ¡hasta los demonios se nos someten en tu nombre!”. Es decir, el lobo y los lobos, se sometieron a los corderos.

Y ¿qué significa esto? Significa que, confiando en el poder de Dios, obedeciendo las instrucciones de Jesús, que es Dios-hecho-hombre, Dios pudo realizar prodigios a través de esos “corderitos”, a pesar de los “lobos”.

Pero luego el Señor les advierte: ¡Cuidado! No se entusiasmen mucho con este poder, que no es de Uds., sino de Dios. Y es que el apóstol siempre tiene la tentación de creer que el trabajo de misionar, el trabajo de convertir almas, el trabajo de llevar la Palabra de Dios a los demás, es obra de él mismo o es logro de él mismo, olvidándose de que es sólo instrumento de Dios, pues es Dios mismo quien actúa en él y a través de él, para hacer su labor en medio del mundo.

Ser instrumento de Dios es ser como una trompeta por la cual pasa el aire. Quien sopla el aire y quien hace la melodía es Dios; no nosotros mismos. ¡Nosotros somos solamente trompetas! Nosotros somos instrumentos.

Los que sentimos el llamado a evangelizar, a misionar, debemos tener esto siempre en cuenta: Misionar no es proyectarnos nosotros mismos. No es soplar la trompeta nosotros. Es dejar que sea Dios quien lo haga. Evangelizar no es ni siquiera llevar nosotros al Señor: es sobre todo llevar al Señor en nosotros. Como hizo la Santísima Virgen cuando llevó a su Divino Hijo en su vientre al visitar a su prima Santa Isabel y a San Juan Bautista.

Y para llevar al Señor en nosotros y que así el Señor llegue a los demás, es necesario llenarnos de El. ¿Y cómo nos llenamos de El? En la oración, en la oración frecuente y constante. En los Sacramentos, en la recepción de los Sacramentos también frecuente y constante. La oración y los Sacramentos nos van haciendo instrumentos dóciles en las manos del Señor, para que El sople su melodía a través nuestro y dejemos nosotros de tocar nuestra propia melodía.

No hay Evangelización, no hay verdadera Misión, si no hay vida de Dios en nosotros. La Misión se basa en tener confianza en Dios, y no en confiar en nosotros mismos. ¡Cómo vamos a confiar en nosotros mismos si nos dice el Señor que vamos “como corderos en medio de lobos”!

 
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