1. Fe Creer que Dios está presente. Vivo en la fe, la fe que me dice Dios está aquí. ¿Lo veo? No ... simplemente lo sé. 2. Deseo inicial de oración y perseverancia A esto llama Santa Teresa "determinada determinación", que se requiere para iniciar el camino de oración y para mantenerse en él. Esta determinación es necesaria para poder enfrentar las resistencias que vamos a tener. Estas vienen de nuestro interior y del exterior. Los primeros obstáculos que se anteponen a la oración son el temor y la duda. Y el Demonio tienta con la duda para que no comencemos. Y con el temor para que, una vez tomada la decisión y haber comenzado, no continuemos con la oración de silencio. Otra tentación puede ser pensar que se está muy avanzado en años para la contemplación. Pero nunca es tarde para empezar. Siempre hay obreros de última hora, también en la oración. Pero la determinación no es sólo necesaria para el arranque inicial, sino sobre todo para continuar en el camino. Recordemos que el Enemigo no quiere que oremos, mucho menos que lleguemos a la oración contemplativa. 3. Pureza de corazón Buscar a Dios por lo que es y no por lo que da. "Buscar no los consuelos de Dios, sino el Dios de los consuelos" (Sta. Teresa de Jesús). Se trata de buscar al Señor y no los dones del Señor. Se debe esperar al Señor que es el imprevisible por excelencia y no los dones del Señor. Esto implica que se debe ir a la oración desapegado. Y esto significa estar dispuesto a aceptar la manera que el Señor elija para encontrarse El con nosotros: puede ser árida, fervorosa, sensible, contemplativa. El orante va a dar su vida, su ser, su "nada". En una palabra: se va a la oración a "dársele" uno a Dios. 4. Humildad La Contemplación es don "que no se puede merecer" (Santa Teresa). ¡Es un super-privilegio! Reconocerse "nada" ante Dios … pues lo somos … Y reconocernos indignos de ser consentidos por el Señor con dones contemplativos. Dios es el "Todo". Sus creaturas nada somos, nada podemos, nada tenemos fuera de El. Creer esto de veras es comenzar a ser humilde. 5. Sencillez, pobreza e infancia espiritual "Yo te alabo, Padre, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así te pareció bien" (Mt 11, 25). Hacernos sencillos, es decir, sabernos incapaces, para poder recibir en la oración la Sabiduría que viene de Dios. Hacernos pobres en el espíritu para dejarnos colmar de todos los bienes del Señor, a través de la oración. Hacernos pequeños para que Dios pueda crecer en nosotros a través de la oración. Hacerse niños para poder creer y confiar en Dios nuestro Padre como los niños confían en sus padres. 6. Entrega de la voluntad La Oración de Contemplación requiere una entrega total, un "sí" incondicional y constante. Buscar a Dios para dárnosle, sólo porque El es. El orante "ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor" (Santa Teresa). Entregar la voluntad es ir aceptando los planes de Dios para nuestra vida; no es imponer a Dios nuestros propios planes. Entregar la voluntad es cooperar con los proyectos que Dios tiene para nuestra existencia; no es exigir a Dios Su cooperación para los proyectos que nosotros nos hemos hecho. Entregar la voluntad es esperar pacientemente el momento del Señor, pues Dios tiene sus ritmos y sus tiempos. "Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué aconsejarle lo que ha de dar". Entregar nuestra libertad para que El pueda hacer en nosotros según Su Voluntad es condición importante para la Contemplación. 7. Desapego de lo creado: Memoria del Creador, Al tener un apego irresistible a Dios, estamos en el desapego. 8. Vivir el presente Para orar hay que centrarse en el momento presente. No hay que hurgar en el pasado -salvo en los casos en que debemos revisarlo para corregir nuestras tendencias. Tampoco hay que pensar en el futuro, sobre nuestros planes y deseos. Hay que estar en el ahora: aquí está Dios. La siguiente experiencia mística puede mostrar cuán importante es esta condición para la oración: "Estaba lamentándome
del pasado 9. Se requiere soledad y silencio: Hay que empezar por crear soledad. "Así lo hacía El siempre que oraba", dice Santa Teresa. Soledad para entender "con Quién estamos". Silencio del cuerpo y de la mente para buscar a Dios en nuestro interior. Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios. En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El. Las cosas que suceden en el alma son como algo que sucede en las profundidades del mar. Arriba en el mar hay turbulencia, pero mientras más se baja, hay total y absoluto silencio. El deseo de buscar silencio y soledad es un síntoma de que estamos llegando a la verdadera oración. En el caso de los Dominicos, Santo Domingo de Guzmán quería que en las comunidades se generara un ambiente adecuado para la contemplación. Se hablaba de la santísima ley del silencio, que si era quebrantada por algún fraile, éste debía ser corregido con penas graves. Esta ley manifestaba que sin silencio, no había predicación, porque no había contemplación. 10. Nuestra participación en la oración La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores). El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos. Hay que ir con un corazón dispuesto. Nuestra alma es como las tinajas de las Bodas de Caná. Hay que llenarlas de agua, bien hasta los bordes, para que el Señor transforme ese agua. Nosotros llenamos las tinajas como los sirvientes de las Bodas de Caná, es decir, aportamos nuestra buena voluntad (quiero amar, entregarme a El). Pero Jesús es el que puede transformar el agua en vino, es decir, transforma nuestra entrega en su Amor. 11. La participación de Dios La participación de Dios escapa totalmente nuestro control, porque El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su acción en el alma del que ora. En ese silencio de la oración contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. La efectividad de la oración contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas. Se mide por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc. ARIDEZ: La participación de Dios puede ser en aridez. Cuando ésta venga –que vendrá- hay que tener cuidado, porque puede convertirse en una tentación. Pudiera suceder que cuando ya hemos avanzado algo en la oración o cuando estamos agobiados de trabajo y se descuide la oración, se comience a creer que la oración de contemplación no es para uno. Ese sería un triunfo del Demonio, pues hace todo lo que puede para que nos quedemos exteriorizados. Cuando estemos en aridez, más hay que adorar. Puede ser cansado. Es como sacar agua del pozo, en vez de recibirla por irrigación o –mejor aún- de la lluvia (cf. Santa Teresa de Jesús). La aridez es parte del camino de oración. Porque creer en el Amor de Dios no es sentir el Amor. Es, por el contrario, aceptar no sentir nada y creer que Dios me ama. Así que no hay que juzgar la vida de oración según ésta sea árida o no. La sequedad es un dolor necesario. No podemos amar a Dios por lo que sentimos, sino por lo que El es. La aridez es necesaria para ir ascendiendo en el camino de la oración. Así que, viéndolo bien, la aridez es un don del Señor, tan grande o mayor que los consuelos en la oración. Con la aridez el Señor nos saca del nivel de las emociones y nos lleva al nivel de la voluntad: oro aunque no sienta porque deseo amar al Señor. La aridez, entonces, cuando no es porque nos hemos alejado del Señor por el pecado o por no orar, es un signo de progreso en la oración. CONCLUSION: La oración contemplativa es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no, estemos en aridez o no. Y recordemos: orar se aprende orando, "sin desfallecer", como dice el Señor. La única forma de aprender a orar es: orar, orar, orar. Adoración
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