Dos visitas al Infierno

VISITAS AL INFIERNO

CASO I
DE VISITA AL INFIERNO:
EXTRACTOS DE CONFERENCIAS IMPARTIDAS POR BILL WIESE
SOBRE SU BAJADA AL INFIERNO
(ESTADOS UNIDOS, 2006)

No sé cómo me desperté ni cómo llegué al salón de casa aquella noche, pero les aseguro que en mi alma sé que fue a las tres en punto cuando todo aquello comenzó. Sé que el Señor tomó mi alma y a esa hora la condujo al infierno, y permitió que estuviera encerrado en una especie de extraña celda. No tuve ningún entendimiento del porqué hasta que aquello finalizó. Fue después de vivir ese espanto cuando el Señor me lo explicó todo.

[...] La celda era como cualquier celda que ustedes puedan imaginar: con barrotes, oscura, sucia, maloliente y con paredes de piedras gruesas. Lo primero de lo que me percaté fue de un espantoso e inexplicable calor. Inmediatamente pensé: «¿Cómo aguanto este calor? ¡No se puede sobrevivir a esta temperatura!», porque el calor era muchísimo más poderoso que lo que cualquier cuerpo biológico de la tierra pueda soportar sin consumirse en un instante.

Me di cuenta de que estaba desnudo sobre el suelo, absolutamente vulnerable y sin movimiento. ¡No tenía fuerza alguna en mi cuerpo y por ello no me podía ni mantener en pie! Toda mi energía, todos mis órganos permanecían quietos a causa de un extraordinario agotamiento. Era como si hubiera enfermado de todas las enfermedades posibles que pueden darse en la tierra. [...]

Olvidé (mejor dicho, el Señor bloqueó) mis recuerdos sobre mi devoción cristiana. Esto lo entendí después... Cuando una persona está en el infierno, tiene un conocimiento absoluto sobre una gran realidad: que jamás saldrá de ahí. Y no recordé haber amado a Jesús. Por eso el Señor me bloqueó tal recuerdo de la memoria: para que pudiera explicar luego al mundo lo que es vivir en el infierno con la más absoluta ausencia de Dios. Esto es lo peor que se experimenta allí: la total y abrumadora ausencia de Dios... Uno sabe que Dios existe, pero no puede recordarle, ni amarle, ni nada parecido. Es muy difícil de explicar... Solo cree que le ha perdido, y uno desea entonces morir de tristeza, pero no puede, porque sabe que ya está muerto en la tierra. Sin embargo el alma no puede morir jamás.

Entonces la desesperación consume todo el ser y la angustia es atroz. [...] Estando así, desesperado y sin saber que Cristo me podía salvar (porque ya no le recordaba como Salvador) me di cuenta de que en la celda no estaba solo: dos imponentes sombras comenzaron a dibujarse en la oscuridad.

Eran dos criaturas horribles, dos monstruos como jamás había visto en la tierra. Ni los animales más grotescos de nuestro mundo se parecían a aquellas figuras. Eran gigantescos, tenían garras y me miraban con un odio tal que me hicieron estremecer al instante. Ambos eran deformes y sus miembros asimétricos (un pie enorme, el otro mucho más pequeño, un hombro
deformado, la espalda torcida, etc.). Los rostros eran espantosos: no existen palabras para describirlos.

Supe que eran demonios, y cuando vi después muchos más, me di cuenta de que todos eran diferentes físicamente, aunque a cada cual más grotesco y espeluznante. [...]

El aire u oxigeno era irrespirable, tóxico al límite de lo infinito. Estas criaturas olían tan espantosamente a podrido que noté que mi organismo no resistiría y moriría solo con olerles. Pero es que todo olía igual de mal... Me recordaba al olor del azufre aquí en la tierra, pero billones de veces más potente, mucho peor y más tóxico; infinitamente venenoso. Noté que me asfixiaba, pues además del pútrido olor del aire, estaba tan caliente que mis pulmones se recalentaron y se quemaban con solo tomar una pequeña bocanada.

Me preguntaba por qué no moría de una vez, y sin embargo, no lo hacía. Yo no comprendía por qué, pues en la tierra hubiera muerto en un instante. [...]

Las horribles criaturas andaban de un lado a otro en la celda como esperando algo, o a alguien, hasta que de pronto se percataron de mi presencia. Hablaron entre ellas... Yo entendía todo lo que decían, pero no era un idioma comprensible aquí en la tierra. No se puede explicar por qué yo tenía todos mis entendimientos al límite de la perfección, porque todo lo captaba y comprendía. Supe así que estaban blasfemando contra Dios sin descanso. Sabía que me odiaban, que deseaban despedazarme. Entonces comenzó la tortura. [...]

La más corpulenta de aquellas criaturas (comprendí a la perfección que eran demonios), me agarró y me lanzó contra la pared. Noté cómo todos los huesos de mi cuerpo se rompían en mil pedazos. El dolor era indescriptible. Era un dolor absolutamente real, físico, como el que puede sentir un cuerpo aquí en la tierra que experimenta lo mismo. Deseé morir, ¡pero no moría! Solo a causa de aquel golpe tenía que haber muerto en ese instante. La otra criatura se abalanzó contra mí y me desgarró el pecho y los intestinos con unas afiladas y gigantescas uñas. Vi cómo caían al suelo despedazados...

¡Pero de mi organismo no brotaba sangre ni agua! (después, con el paso del tiempo, estudié a fondo en la Sagrada Escritura cada mínima experiencia ahí vivida, y encontré que en algún pasaje se explicaba que en el infierno no había sangre ni agua. Pero eso fue mucho tiempo después). Me cogió la cabeza y la aplastó hasta dejarla en una fina línea de residuos cerebrales. Me arrancaron los brazos y las piernas; me despedazaron totalmente...

Mi entendimiento seguía alerta y en estado perfecto. En esos momentos mi inteligencia me gritaba una espantosa realidad: no estaba muerto
y no lo estaría nunca, sino que «reviviría eternamente para ser eternamente atormentado». En el infierno no se muere nunca; solo se sufre de forma constante, por una eternidad. [...]

No sé ni cómo logré arrastrarme fuera de la celda, pero lo logré... Y entonces todo quedó imbuido en la mayor oscuridad. Comprendí así que, mientras estuve en la celda, pude ver algo, y si fue así, se debía a una misteriosa y oculta presencia de Jesús. Él debía de estar algo cerca, su presencia debía de ser mínima, pero estaba, ya que solo El es luz en el infierno. Todo lo demás está imbuido en la más profunda oscuridad, a excepción de un fuego que vi más tarde, en otra parte del infierno. Pero eso fue minutos después.

Sé que en ese momento me di cuenta de que Jesús, a pesar de todo, estaba por allí. Sin Él no hubiera podido ni captar la sombra de los dos demonios que me atormentaron. Creo que lo permitió para que yo pudiera luego contar al mundo todo lo que vi en aquella maloliente celda. [...]

Me arrastraba sobre un suelo putrefacto y entonces logré vislumbrar al fondo de un vastísimo espacio, como a lo lejos, un brillo en forma de fuego. Fijé la vista y comprobé que provenía como de la boca de un inmenso volcán lleno de llamas del que brotaban gritos y lamentos espantosos. El dolor que sentía mi cuerpo seguía siendo absolutamente real e insoportable, como el dolor físico que se siente aquí en la tierra durante una terrible tortura. Mis miembros estaban unidos otra vez, y yo sabía que iba a ser irremediablemente torturado de nuevo. [...]

De pronto alguien me condujo hacia la abertura de ese fuego o a esa especie de boca de volcán ardiente (luego entendí que fue Jesús, pero en ese momento Él aún no me dejaba percatarme de su presencia). Todas las personas que vi en esa gran boca ardiente eran adultos, no vi niños; pero eran millones y millones de personas gritando a la vez llenos de terror y de miedo. Algunos blasfemaban, pero sufrían terriblemente. Intentaban salir trepando por esa boca pero aquel fuego los atraía de nuevo hacia sí y los devoraba, o los demonios les empujaban hacia dentro de nuevo...

Yo vi fuego real, no era una imagen o una visión. Era real, real, real... Les aseguro que era real. Tiempo después, leyendo la Biblia comprendí que muchas partes que se consideran como metafóricas no lo son en realidad: (Lc 16, Mt 13, 45, etc.). Pueden creerme o no, pero yo les vi, y se quemaban verdaderamente de forma física. No me importa que no me crean. Yo cuento esto a todo el mundo con todo mi corazón para que no se dejen engañar pensando que el infierno o el demonio no existen, porque [...]

La idea que uno tiene sobre sí mismo en el infierno es de ser una nada absoluta, un desecho, un desperdicio inútil al que nadie ama y al que nadie necesita, pero que es digno de ser odiado y torturado por todos.

También el cansancio es total: nunca se descansa. El cuerpo se agota, se resiente hasta límites mortales, pero no puede impedir ser torturado, vejado, maltratado...

La necesidad de dormir es imperante, pero no puedes dormir, no se permite al cuerpo dormir; éste es un terrible tormento también.

Todo lo hermoso que tenemos en el mundo, todo lo que nos gusta: amar, comer, dormir, descansar, conversar, tener amigos, disfrutar de la naturaleza, todo lo bueno que existe aquí y que hemos experimentado en la tierra, eso no existe en el infierno.

Comprendí entonces que todo lo que tenemos hermoso en el mundo son regalos de Dios, incluso las cosas más elementales como la luz, el aire limpio, el agua... Y ninguna de estas cosas valiosas, ¡ni una sola!, está en el infierno. [...]

No sé por qué digo esto, pero tuve un conocimiento que he meditado mucho después: sentía que estaba en el fondo de la tierra, o en su centro. (Otra de mis santas favoritas católicas, Anna Catherine Emmerich, en sus visiones vio que el infierno estaba en el centro de la tierra)

Vi muchas celdas extrañas y horrorosas ahí dentro... Y en cada una había un pobre condenado. Y entendí que cada hombre condenado tiene su celda en el infierno, de forma individual, porque cada hombre ha pecado de forma privada.

[...] De pronto una tristeza inconmensurable me invadió por completo, porque en un flash recordé a mi preciosa esposa. Pensé que se aterrorizaría al despertare en la mañana y descubrir que yo ya no estaba. Temí que pensara que la había abandonado. ¡Y necesitaba tanto su ayuda! ¡Necesitaba que ella rezara! Porque otra cosa que descubrí es que en el infierno ya no se puede rezar. Simplemente la capacidad de rezar ha desaparecido, no existe, porque se desprecia a Dios y a todas su cosas. [...]

La sed me abrasaba por dentro. Era como si comprendiera de pronto que el agua es pura vida. Comprendí que el agua es uno de los dones más ricos que Dios ha dado al mundo y en ese momento sentí una necesidad tan tremenda de beber que creí que la lengua se me despedazaría como papel quemado. [...]

Inesperadamente algo comenzó a iluminarse a mi alrededor. Era como una luz que me llamaba, que me conducía... Y vi cómo se formaba un túnel. Corrí hacia el túnel; algo me decía al corazón que Jesús estaba dentro de esa luz, y me llamaba, me empujaba a ir hacia Él... Entonces oí una voz que dijo: «Mis hijos no creen que esto existe; ni siquiera mis hijos más cercanos creen que existe el demonio o el infierno. Debes contárselo al mundo. Hazlo. Y di también que vendré al mundo y que lo haré pronto». Y entonces recobré los sentidos en el salón de mi casa, en los brazos de mi esposa, quien oraba junto a mí asustadísima e intentaba consolarme. Grité: «¡Agua, agua, dame agua! ¡Me quemo, me abraso por dentro!»

 

 

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